martes, 9 de julio de 2013

Seamos libres, es decir obedezcamos a Dios


La Declaración de la Independencia es uno de los acontecimientos decisivos en la historia de nuestro país, aunque no está de ningún modo concluida porque es un proceso permanente que se debe interpretar como hecho histórico y esencial de la vida humana, al que hay que ir conquistando y manteniendo constantemente como individuos y como pueblo. 

Por allí pasa el acuerdo, el diálogo, la libertad de expresión, la justicia y otros clamores de fraternal convivencia. El andar de la humanidad patriota demuestra que ese es el camino para salir de sucesivos cálculos viciosos de buscar individualmente la conveniencia personal a costa de los demás.

Dios nos asiste, nos acompaña y nos guía mientras seamos fieles a nuestros valores, principios y tradiciones, así la independencia se acrecienta y vive. Desde aquellas jornadas de 1816, con una activa y numerosa participación de la Iglesia, creció un gesto de esperanza. No era fácil, pero en ese ambiente se cultivaban dos rasgos fundamentales, según lo decía Nicolás Avellaneda: "era patriota y era religiosa, en el sentido riguroso de la palabra; es decir, católica como ninguna otra asamblea argentina." Un dato es la composición de aquel Congreso de la Independencia: 18 eran seglares y 11 sacerdotes.

El hito de Tucumán se transforma en permanente desafío, motivado por el hacer cotidiano, al cual hay que darle respuestas concretas. Sólo el impulso de la historia y la mancomunada decisión ciudadana pueden hacer realidad lo que tantas veces proclamamos. 

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