Sin independencia ni ideas
Cuando hace unos años el
kirchnerismo reformó el modo en el que se realizan elecciones y en el que se constituyen
partidos políticos en nuestro país quedó en claro que su objetivo era
pauperizar a la democracia. Básicamente apostaron a corporativizar y polarizar
la política: ahora es prácticamente imposible ser candidato si no es a través
de una fuerza partidaria (corporativización) y es prácticamente imposible que
una campaña electoral no tienda a convertirse en una disputa entre dos grupos
difusamente definidos (polarización).
Lo que los kirchneristas buscan
destruir es la idea de candidatos independientes, y con ello quieren también,
lógicamente, convertir a la política en una fórmula vacía de contenidos. Así es
como informalmente se han fundado dos partidos: Oficialismo y Oposición,
fuerzas que son exactamente iguales en cuestiones de fondo y que sólo difieren
entre si en asuntos superficiales. Los oficialistas y los opositores terminan,
al final del día, trabajando para el gobierno, pues, con la República arrasada, la
monarquía tiránica se impone.
Entre las testimoniales saladas y
los califas absolutistas
En Salta están los oficialistas
encabezados por Rodolfo Urtubey y Evita Isa, planteando una suerte de
candidatura testimonial falsificada, algo que podría llamarse una “testimonial
salada” (por aparentar haber sido sacada de La Saladita). No es casualidad
la elección de lo nombres: en un régimen cada vez menos republicano como el
nuestro, los “monarcas” tienen que ser quienes, al mismo tiempo,
ejecuten y legislen.
Miguel Isa, para demostrar que
está en sintonía con lo de demoler a la República y reemplazarla por un régimen
autocrático, protagonizó un episodio patético recientemente: se enfrentó a Agustín Pérez Alsina (Senador Nacional por el PRS) para bloquearle su reelección en el senado, sosteniendo que sólo los peronistas debían ser parte
del gobierno de Urtubey, y luego, insólitamente, le atribuyó el adjetivo de
“peronista” a Andrés Zottos –el vicegobernador que pertenece al mismo partido
que Pérez Alsina– para excluirlo de su idea de barrer con los aliados que tiene
el gobierno. O sea que Isa se cree capaz de distinguir a los peronistas de
quienes no lo son, aún cuando los otros no lo sepan o se consideren lo
contrario. Porque Isa no sólo está diciendo que su olfato le permite
diferenciar entre quienes son auténticamente peronistas y quienes sólo lo
fingen por conveniencia, también tiene los poderes mágicos de convertir en
peronista (y, por ende, en gobernante) a aquel que toda su vida se consideró
como algo diferente. Al Intendente le falta decir: “el peronismo soy yo”. Si
eso no es absolutismo, ¿el absolutismo donde está?
Yo me pregunto: ¿qué dirá el califa salteño del
Frente Plural y de otros urtubeycistas que le suman votos y que admiten
abiertamente no ser ni querer ser peronistas? ¿Los convertirá en afiliados al
PJ aunque los otros ni se enteren? ¿O los convocará para que le juren lealtad a
un cuadro de Nacha Guevara disfrazada de Eva Perón?
Un poncho salteño de muchos
colores
La Oposición está jugando
el mismo juego destructivo que el Oficialismo. El líder indiscutido de los
opositores salteños es Juan Carlos Romero, quien, temeroso de tener que
enfrentarse a la Justicia
que lo persigue, está haciendo lo imposible para conservar su banca de Senador
Nacional y preservar sus fueros. Con este dato se explican las últimas
novedades de su coalición: al parecer la
UCR y el PPS, tras no poder convencer a Bernardo Biella para
que se postule como candidato a Senador Nacional, se sumarían a la alianza
romerista. Su objetivo, claro, es rapiñar unas cuantas bancas municipales y
provinciales con la bendición de Romero.
La decisión de uceristas y
pepesistas de apoyar al Júcaro rompería con la alianza que estaban intentando
conformar con el Frente Amplio Progresista, una comparsa de desaliñados y
malentretenidos que en Salta es más irrelevante que su hermano pipero del
Partido Obrero. Ambas fuerzas izquierdistas, el FAP y el PO, anunciaron que
presentarán candidaturas, pero cada una por separado. Lo que no aclararon es
que sus candidaturas son testimoniales, pero en el sentido más elemental del
término: dar testimonio de que estuvieron presentes aunque la ciudadanía
salteña les dio masivamente la espalda.
Pero lo que más claramente demuestra
esta antidemocrática bipartidización de la política argentina son los
alineamientos de aquellos que –a diferencia de los del FAP o de los del PO–
muestran algo de afinidad con los sectores populares. Me refiero puntualmente a
lo de José Ibarra, líder sindical de la
CGT salteña, y a lo de Raúl Castells, un piquetero buscavidas
que maneja varias milicias de desocupados en todo el país.
El propio Juan Carlos Romero fue
uno de los principales impulsores de la avanzada neoliberal que, en la década
de 1990, destruyó el empleo digno en nuestro país; a su vez, cuando tuvo que
hacerse cargo de las consecuencias de ello, no vaciló en responder a través de soluciones violentas. Ahora, después de unos cuantos años, los trabajadores y
desocupados que el mismo Romero perjudicó impunemente y combatió agresivamente se
acercan para darles su apoyo. ¿No suena a burla todo esto?
La gente de Olmedo, Olmedo de la
gente
En este escenario indigno, en
donde uno no puede decidir que es lo que ideológicamente quiere ser y en el que
para tener protagonismo hay que arrodillarse voluntariamente ante quienes
antaño querían doblegarnos, vale decir en el mundo del bipartidismo, la única
solución parecen ser los independientes. ¿Y quien es independiente en Salta?
Alfredo Olmedo. No es una expresión de deseo mía, es una realidad. El único
candidato independiente en Salta es, hoy por hoy, Alfredo Olmedo (y, claro, la gente que
lo acompaña). La posibilidad de que algún independiente consiga infiltrarse en
alguna lista del Oficialismo o de la Oposición es actualmente inexistente. Entonces la
opción para las próximas elecciones es, por un lado, elegir entre el viejo o el
antiguo Amo, o, por el otro, elegirnos entre nosotros los salteños.