La bobería de la “equidad de
entrada” planteada por Liendro ha generado algunas reflexiones interesantes.
Entre ellas se encuentra una de Álvaro Ulloa que creo que vale la pena
comentarla, pues me permite a mí desarrollar ciertas cuestiones teóricas.
En su reflexión sobre la
propuesta de Liendro, Ulloa pone el dedo en dos llagas: la de la naturaleza
humana y la de la discriminación positiva.
Naturaleza y Cultura
Ulloa señala que la especie
humana, como creatura biológica, se comporta según unos patrones hereditarios.
Los machos buscan instintivamente a las hembras –especialmente a las hembras en
el pico de su edad reproductiva. Mientras mayor sea la concentración de
hembras, probablemente también lo sea la de machos. Entonces sacrificar la
entrada de una mujer se traduce en mayor ganancia para el dueño de la
discoteca, ya que si logra que el número de hombres duplique al de mujeres habrá
empatado, y si logra que lo triplique entonces estará ganando una suma de dinero
que de otro modo no ganaría.
Esto que señala Ulloa se llama
orden natural. Liendro, habituado a violentar el orden natural, es incapaz de
seguir el hilo de ese razonamiento. Para él salir un sábado por la noche a un
boliche no es un ritual reproductivo el cual se abandona una vez que se ha
consumado, sino que se trata de un horizonte de sentido. Como él es incapaz de
reproducirse con gente de su mismo sexo, entonces a la discoteca la entiende no
como el lugar en donde pescar un marido y formar una familia sino como un
supermercado de falos en el cual comprar o mendigar para pasar satisfecho la
semana. De allí que, con la edad que tiene, todavía sea un habitué de esos lugares.
El privilegio, el derecho y la obligación
Ulloa señala que es habitual
“discriminar” a ancianos y niños haciéndoles descuentos (de hecho en Salta el
gobierno provincial lanzó un programa para que los jubilados y los escolares
viajen sin pagar en los colectivos urbanos de la provincia). ¿Es algo así
indeseable? Ulloa sostiene que no. Yo coincido con él.
Aquí hace falta aclarar algunas
nociones fundamentales: privilegio, obligación y derecho. El privilegio
consiste en darle a alguien un poco más de lo que merece. El anciano y el niño,
personas que cuentan con una autonomía más bien limitada, gozan de beneficios
extras para que sus vidas no se vuelvan más complicadas. Quizás hayan algunos
individuos que no los merezcan (niños que devendrán delincuentes o delincuentes
devenidos ancianos), pero ese privilegio normalmente termina siendo una
inversión a futuro o el pago atrasado de una deuda. No hay una cosificación en
ese acto de privilegiar sino todo lo contrario: es el reconocimiento de la
fragilidad de un individuo y todo el sufrimiento que esto genera, es, por ende,
una humanización del mismo.
La obligación, por su parte, es
una carga que debe tolerarse para que existan derechos y privilegios. Si yo
decido que los niños o los ancianos no paguen una entrada, alguien tiene que
pagar la entrada por ellos. Si, supongamos, yo no cumplo con mi obligación
tributaria, entonces el dinero destinado a cubrir el gasto del niño y del
anciano nunca llega a destino y a ellos se les revoca el privilegio que tienen.
No hay inversión ni cancelación de deuda, porque no hay pago depositado.
Finalmente el derecho, a
diferencia del privilegio o de la obligación, es más abarcativo, pues se trata
de todo aquello pensado para cubrir las necesidades de un individuo, sea niño,
anciano o adulto. Si se tiene una necesidad de algo, entonces debe existir un
derecho. Es el salario que tengo para comprar lo que está en la canasta básica.
Se supone que hay una diferencia sustancial entre necesidad y deseo: yo puedo
desear mil cosas (puedo desea volar, puedo desear drogarme, puedo desear tener
hijos siendo soltero y amante de otros varones, etc.) pero sólo tengo verdadera
necesidad de unas pocas de esas cosas. Y allí está el conflicto.
Lo que subyace en el fondo de los privilegios
Para Liendro la mujer tiene
necesidad de igualdad, por ello el Estado debe garantizársela. Con esa lógica,
un niño podría sostener lo mismo y empezar a votar, a firmar contratos o a
tener armas sin que haya terminado de aprender a atarse los cordones.
La mujer y el hombre son iguales
como personas, pero difieren como seres biológicos. Tienen dos fisionomías y
dos fisiologías diferentes, porque son seres orgánicamente distintos. El hombre
no es superior a la mujer, del mismo modo en que la mujer no es superior al
hombre: habrá cosas que un hombre puede hacer mejor que una mujer, como habrá
otras que la mujer puede hacer mejor que el hombre. Ignorar esto es malicioso.
Y no sólo eso, también es estúpido: una de las propuestas de Liendro consiste
en aumentar el cupo femenino del 30% al 50% en cargos públicos. ¿Acaso en los
cargos públicos, es decir en los puestos de poder, no es mejor tener a los más
capaces antes que a la misma cantidad de hombres y mujeres? Si los más capaces
son todas mujeres, yo las prefiero por sobre un conjunto de hombres que no
sirven para hacer lo suyo y viceversa.
Está claro que la mujer no tiene
“necesidad de igualdad” porque ya es una igual. Igual, en este caso, no quiere
decir lo mismo que el hombre: para
que ello suceda, la mujer debería tener órganos completamente distintos, vale
decir debería violentar el orden natural. Igual, en realidad, remite al derecho
y a la obligación. La mujer goza de los mismos derechos que el hombre y de las
mismas obligaciones. ¿Eso conforma a la mujer? Normalmente no: muchas veces
considera que hay cosas que desea que deben convertirse en derechos, del mismo
modo en que considera que hay obligaciones que son demasiado pesadas para
ellas. Para compensar ello, a la mujer se le otorgan ciertos privilegios, que
en realidad están estrechamente vinculados al orden natural. O sea como el
orden cultural es, a veces, muy pesado para la naturaleza de la mujer, se les
hace concesiones para alivianárselo.
La tarea de un político se reduce
a eso: gobernar para garantizar derechos, distribuir obligaciones y conceder
privilegios de modo tal que la cultura no sobrepase a la naturaleza ni que la
naturaleza sobrepase a la cultura, es decir de modo tal que se consiga la
armonía entre el orden natural y el orden cultural.