lunes, 14 de julio de 2014

El orden natural: una lección para Rodrigo Liendro

La bobería de la “equidad de entrada” planteada por Liendro ha generado algunas reflexiones interesantes. Entre ellas se encuentra una de Álvaro Ulloa que creo que vale la pena comentarla, pues me permite a mí desarrollar ciertas cuestiones teóricas.

En su reflexión sobre la propuesta de Liendro, Ulloa pone el dedo en dos llagas: la de la naturaleza humana y la de la discriminación positiva. 

Naturaleza y Cultura

Ulloa señala que la especie humana, como creatura biológica, se comporta según unos patrones hereditarios. Los machos buscan instintivamente a las hembras –especialmente a las hembras en el pico de su edad reproductiva. Mientras mayor sea la concentración de hembras, probablemente también lo sea la de machos. Entonces sacrificar la entrada de una mujer se traduce en mayor ganancia para el dueño de la discoteca, ya que si logra que el número de hombres duplique al de mujeres habrá empatado, y si logra que lo triplique entonces estará ganando una suma de dinero que de otro modo no ganaría.

Esto que señala Ulloa se llama orden natural. Liendro, habituado a violentar el orden natural, es incapaz de seguir el hilo de ese razonamiento. Para él salir un sábado por la noche a un boliche no es un ritual reproductivo el cual se abandona una vez que se ha consumado, sino que se trata de un horizonte de sentido. Como él es incapaz de reproducirse con gente de su mismo sexo, entonces a la discoteca la entiende no como el lugar en donde pescar un marido y formar una familia sino como un supermercado de falos en el cual comprar o mendigar para pasar satisfecho la semana. De allí que, con la edad que tiene, todavía sea un habitué de esos lugares.

El privilegio, el derecho y la obligación

Ulloa señala que es habitual “discriminar” a ancianos y niños haciéndoles descuentos (de hecho en Salta el gobierno provincial lanzó un programa para que los jubilados y los escolares viajen sin pagar en los colectivos urbanos de la provincia). ¿Es algo así indeseable? Ulloa sostiene que no. Yo coincido con él.

Aquí hace falta aclarar algunas nociones fundamentales: privilegio, obligación y derecho. El privilegio consiste en darle a alguien un poco más de lo que merece. El anciano y el niño, personas que cuentan con una autonomía más bien limitada, gozan de beneficios extras para que sus vidas no se vuelvan más complicadas. Quizás hayan algunos individuos que no los merezcan (niños que devendrán delincuentes o delincuentes devenidos ancianos), pero ese privilegio normalmente termina siendo una inversión a futuro o el pago atrasado de una deuda. No hay una cosificación en ese acto de privilegiar sino todo lo contrario: es el reconocimiento de la fragilidad de un individuo y todo el sufrimiento que esto genera, es, por ende, una humanización del mismo.

La obligación, por su parte, es una carga que debe tolerarse para que existan derechos y privilegios. Si yo decido que los niños o los ancianos no paguen una entrada, alguien tiene que pagar la entrada por ellos. Si, supongamos, yo no cumplo con mi obligación tributaria, entonces el dinero destinado a cubrir el gasto del niño y del anciano nunca llega a destino y a ellos se les revoca el privilegio que tienen. No hay inversión ni cancelación de deuda, porque no hay pago depositado.

Finalmente el derecho, a diferencia del privilegio o de la obligación, es más abarcativo, pues se trata de todo aquello pensado para cubrir las necesidades de un individuo, sea niño, anciano o adulto. Si se tiene una necesidad de algo, entonces debe existir un derecho. Es el salario que tengo para comprar lo que está en la canasta básica. Se supone que hay una diferencia sustancial entre necesidad y deseo: yo puedo desear mil cosas (puedo desea volar, puedo desear drogarme, puedo desear tener hijos siendo soltero y amante de otros varones, etc.) pero sólo tengo verdadera necesidad de unas pocas de esas cosas. Y allí está el conflicto.

Lo que subyace en el fondo de los privilegios

Para Liendro la mujer tiene necesidad de igualdad, por ello el Estado debe garantizársela. Con esa lógica, un niño podría sostener lo mismo y empezar a votar, a firmar contratos o a tener armas sin que haya terminado de aprender a atarse los cordones.

La mujer y el hombre son iguales como personas, pero difieren como seres biológicos. Tienen dos fisionomías y dos fisiologías diferentes, porque son seres orgánicamente distintos. El hombre no es superior a la mujer, del mismo modo en que la mujer no es superior al hombre: habrá cosas que un hombre puede hacer mejor que una mujer, como habrá otras que la mujer puede hacer mejor que el hombre. Ignorar esto es malicioso. Y no sólo eso, también es estúpido: una de las propuestas de Liendro consiste en aumentar el cupo femenino del 30% al 50% en cargos públicos. ¿Acaso en los cargos públicos, es decir en los puestos de poder, no es mejor tener a los más capaces antes que a la misma cantidad de hombres y mujeres? Si los más capaces son todas mujeres, yo las prefiero por sobre un conjunto de hombres que no sirven para hacer lo suyo y viceversa.

Está claro que la mujer no tiene “necesidad de igualdad” porque ya es una igual. Igual, en este caso, no quiere decir lo mismo que el hombre: para que ello suceda, la mujer debería tener órganos completamente distintos, vale decir debería violentar el orden natural. Igual, en realidad, remite al derecho y a la obligación. La mujer goza de los mismos derechos que el hombre y de las mismas obligaciones. ¿Eso conforma a la mujer? Normalmente no: muchas veces considera que hay cosas que desea que deben convertirse en derechos, del mismo modo en que considera que hay obligaciones que son demasiado pesadas para ellas. Para compensar ello, a la mujer se le otorgan ciertos privilegios, que en realidad están estrechamente vinculados al orden natural. O sea como el orden cultural es, a veces, muy pesado para la naturaleza de la mujer, se les hace concesiones para alivianárselo.

La tarea de un político se reduce a eso: gobernar para garantizar derechos, distribuir obligaciones y conceder privilegios de modo tal que la cultura no sobrepase a la naturaleza ni que la naturaleza sobrepase a la cultura, es decir de modo tal que se consiga la armonía entre el orden natural y el orden cultural.

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