Nadie puede negar que en 2010 uno de los
mayores cruzados en contra del matrimonio entre homosexuales fue Alfredo
Olmedo. Al día de hoy, Olmedo sigue cuestionando esa desastrosa impostura. Es
que dos hombres o dos mujeres jamás serán un matrimonio, pues nunca podrán esas
parejas homosexuales constituir auténticas familias. La felicidad en dos
hombres o dos mujeres desviadas no se encuentra en las prótesis, las adopciones
o los documentos adulterados, se encuentra en el recogimiento, la moderación y la
autocontención.
De todos modos, como el propio Papa Francisco
lo ha recordado, el problema de nuestra Patria no son los homosexuales sino los
que impulsan el lobby gay. Una consecuencia de esta nefasta movida
internacional que azota a nuestro país es la castración espiritual de nuestros varones. Si
observamos con cuidado a nuestra sociedad, notaremos que crece la tendencia a
que lo afectivo predomine sobre lo racional, a que la política se
sentimentalice (gracias a los galanes más ocupados en conquistar bombachas que
en proponer soluciones), a que los padres pierdan autoridad ante sus hijos, a
que el “autoayuda” se convierta en una vía fácil para evitar la reflexión
seria, y a que el pensamiento psicologizante se imponga por sobre el análisis lógico.
Todo ello estimula la extinción de la virilidad espiritual: ya no hay hombres
entre los jóvenes, no hay padres de familia ni nadie que quiera serlo, pues ahora se vive en una nebulosa
de sexos indefinidos y roles intercambiables. Entonces las violaciones se multiplican, dado que se convierten a los varones en seres frustrados que, por estar obligados a reprimir su masculinidad en una cultura hipersexualizada por culpa de la publicidad y la pornografía, terminan estallando de la peor manera posible.
En una sociedad así las personas se vuelven pasivas y aletargadas. En
una sociedad así el Oficialismo y la Oposición se reparten el poder en un pacto
espurio, los grandes grupos económicos extranjeros digitan candidatos e imponen
programas de gobierno, la gente se queda frente a la puerta de la casa en la
que vive esperando a que un puntero se acerque a darles un plan asistencial, las
familias se convierten en rehenes de los delincuentes que han ganado las
calles, los abuelos son ninguneados, y los jóvenes
devienen esclavos de las drogas.
¿Qué hacer para devolverle la virilidad a la Argentina ? Se pueden
hacer muchas cosas, pero creo que las tres más urgentes son: erradicar de las
escuelas la educación sexual pervertidora (para que los jóvenes comprendan que
en la vida el sexo es sólo un apéndice de algo mucho más grande y satisfactorio
llamado popularmente “amor”), recuperar el Servicio Militar Obligatorio (para formar
caballeros –y, ¿por qué no?, damas– con autonomía, responsabilidad y
tolerancia) y promover la cultura del deporte, las artes y las ciencias (para que
el deseo de autosuperación sea la norma y no la excepción como lo es ahora).
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