jueves, 1 de agosto de 2013

Necesidad de acabar con la castración espiritual

Nadie puede negar que en 2010 uno de los mayores cruzados en contra del matrimonio entre homosexuales fue Alfredo Olmedo. Al día de hoy, Olmedo sigue cuestionando esa desastrosa impostura. Es que dos hombres o dos mujeres jamás serán un matrimonio, pues nunca podrán esas parejas homosexuales constituir auténticas familias. La felicidad en dos hombres o dos mujeres desviadas no se encuentra en las prótesis, las adopciones o los documentos adulterados, se encuentra en el recogimiento, la moderación y la autocontención.

De todos modos, como el propio Papa Francisco lo ha recordado, el problema de nuestra Patria no son los homosexuales sino los que impulsan el lobby gay. Una consecuencia de esta nefasta movida internacional que azota a nuestro país es la castración espiritual de nuestros varones. Si observamos con cuidado a nuestra sociedad, notaremos que crece la tendencia a que lo afectivo predomine sobre lo racional, a que la política se sentimentalice (gracias a los galanes más ocupados en conquistar bombachas que en proponer soluciones), a que los padres pierdan autoridad ante sus hijos, a que el “autoayuda” se convierta en una vía fácil para evitar la reflexión seria, y a que el pensamiento psicologizante se imponga por sobre el análisis lógico. Todo ello estimula la extinción de la virilidad espiritual: ya no hay hombres entre los jóvenes, no hay padres de familia ni nadie que quiera serlo, pues ahora se vive en una nebulosa de sexos indefinidos y roles intercambiables. Entonces las violaciones se multiplican, dado que se convierten a los varones en seres frustrados que, por estar obligados a reprimir su masculinidad en una cultura hipersexualizada por culpa de la publicidad y la pornografía, terminan estallando de la peor manera posible.   

En una sociedad así las personas se vuelven pasivas y aletargadas. En una sociedad así el Oficialismo y la Oposición se reparten el poder en un pacto espurio, los grandes grupos económicos extranjeros digitan candidatos e imponen programas de gobierno, la gente se queda frente a la puerta de la casa en la que vive esperando a que un puntero se acerque a darles un plan asistencial, las familias se convierten en rehenes de los delincuentes que han ganado las calles, los abuelos son ninguneados, y los jóvenes devienen esclavos de las drogas.

¿Qué hacer para devolverle la virilidad a la Argentina? Se pueden hacer muchas cosas, pero creo que las tres más urgentes son: erradicar de las escuelas la educación sexual pervertidora (para que los jóvenes comprendan que en la vida el sexo es sólo un apéndice de algo mucho más grande y satisfactorio llamado popularmente “amor”), recuperar el Servicio Militar Obligatorio (para formar caballeros –y, ¿por qué no?, damas– con autonomía, responsabilidad y tolerancia) y promover la cultura del deporte, las artes y las ciencias (para que el deseo de autosuperación sea la norma y no la excepción como lo es ahora).  

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