viernes, 27 de febrero de 2015

Justicialismo si, peronismo no

¡Otra vez Giacosa!

Cada vez que le presto atención a Guido Giacosa siento una mezcla de indignación y pena. Indignación por saber que un pelmazo de esa calaña nos gobierna, y pena por darme cuenta que la sociedad salteña está condenada a tolerarlo.

La nueva de Giacosa es sacar a relucir que él es dueño del “peronómetro”. Concretamente, este sujeto criticó a Alfredo Olmedo y a Guillermo Durand Cornejo por no ser peronistas, pero ir a elecciones aliados con los peronistas.

De Durand Cornejo dijo que este abogado, como titular de la sección salteña del Partido Conservador Popular (fuerza partidaria la cual, según él, tiene un “nombre [que] no es muy feliz”), no hace honor a la tradición política que hay en esa agrupación. Es decir Giacosa recordó que el PCP fue parte del FRECILINA y del FREJULI ¡hace cuarenta años atrás!, por lo que el partido no tendría derecho a evolucionar en su relación al peronismo. Entonces, en la mente del hijo del “Loro”, el PCP de la actualidad debería ser populista, demagogo y choripanero como es el Partido Justicialista. No serlo es mancillar la memoria de Juan Domingo Perón y Vicente Solano Lima.

Justicialismo y peronismo

Ahora bien, al hablar sobre Olmedo y su relación con el peronismo Giacosa demostró una mayor infradotación política. Y no sólo eso, también dejó en claro que vive aislado de la realidad en la que vivimos el resto de los salteños.

Así pues, para fustigar a Olmedo, Giacosa hizo algo temerario: definir al peronismo. Entonces admitió que el peronismo es un movimiento que “abarca e incluye políticamente de una manera voraz” y que, por tanto, entre las virtudes de todo buen dirigente, afiliado y/o simpatizante del peronismo está la tolerancia para “construir y sumar”. Traducido al cristiano: el peronismo es una aspiradora que atrae a sus filas a todo aquel que le ayude a mantener el poder, sin importar mucho si es de izquierda o derecha, conservador o progresista, creyente o ateo, de River o de Boca, etc., y todos los que rodean al liderazgo peronista de turno (llámese Ubaldini, Cafiero, Menem, Duhalde, Kirchner, Scioli, etc.) se tienen que quedar callados para seguir chupando de la teta del Estado.

A Giacosa, que se ve que tanto le gusta ignorar la realidad política contemporánea para en su lugar vivir nostálgico evocando una historia previa al “que se vayan todos” –y previa incluso a 1983–, yo le recomendaría que aprenda sobre justicialismo, peronismo y pejotismo.

La definición que dio de peronismo no es del todo correcta, porque olvida lo elemental: el justicialismo. El justicialismo es el cuerpo doctrinario del peronismo, un conjunto de proposiciones cuya inspiración más evidente es la Doctrina Social de la Iglesia, en tanto que el peronismo vendría a ser la interpretación local de ese cuerpo doctrinario. O sea el justicialismo es algo abstracto, y el peronismo es algo concreto. El propio Perón así lo explicaba.

En lo personal yo, como Olmedo, Macri, y muchos otros argentinos, coincidimos con lo esencial del justicialismo, ya que sus “tres banderas” (la soberanía política, la independencia económica y la justicia social, o la igualdad, la libertad y la fraternidad) son demasiado elementales como para ignorarlas. Pero nosotros no somos peronistas, en el sentido en que no nos hacemos cargo de la historia de aquel peronismo que pretendió desarrollar el justicialismo. El peronismo es Perón y Evita, pero también López Rega y Firmenich, Ivanissevich y Méndez San Martín, Brito Lima y Puiggrós, Gelbard y Cavallo, y nosotros no.

La religión del PJ

Los peronistas de la actualidad ignoran esa diferencia entre el peronismo y el justicialismo. La propia Cristina Fernández de Kirchner declaró que ella no era justicialista sino peronista: ello, bien entendido, suena a que la mandataria no tiene principios doctrinales a los cuales atenerse y se limita a ser parte de la maquinaria de poder que gobierna y no deja gobernar a la Argentina desde hace décadas, pero en realidad la señora de Kirchner se estaba refiriendo a que ella desprecia al Partido Justicialista, uno de los instrumentos de los que regularmente se vale el peronismo para acceder al poder. O sea no es que no sea justicialista, es que no es pejotista (o al menos eso pretende hacernos creer).

El artículo 38 de nuestra actual Constitución Nacional, increíblemente, decreta que la democracia en nuestro país tiene que tener, obligatoriamente, la forma de una partidocracia. Es decir, ese artículo obstaculiza el derecho de todo ciudadano a presentarse a una elección como candidato, al obligarlo a buscar si o si el respaldo de un partido. De esa manera, en teoría, se pretende fortalecer la figura de los partidos por sobre la de las personas, pero en la práctica –en un país donde el personalismo es cada vez más fuerte– eso sólo ha servido para denigrar el concepto de “partido político” al máximo, convirtiendo a esas organizaciones en meros sellos, con logotipos bonitos y colores vistosos.

En Salta los partidos-sellos abundan: por ejemplo Marcelo Astún y Baltasar Lara Gros, dos diputados provinciales, llegaron a la Cámara Baja con el sello “Movimiento Popular Unido”, y no tardó uno en unirse al bloque del PJ y el otro al del PRS. Y casos como ese hay cientos o quizás miles (otro que recuerdo es Andrés Suriani: enojado con Salta Somos Todos que le prestó el espacio para que candidatearse a Senador Provincial, armó su propia fuerza, la agrupación Identidad Salteña, la cual ahora usa Guillermo Martinelli, y él, Suriani, va de candidato a Concejal de Salta por la lista del PRO).

De todos modos, más allá de estas cuestiones, la pregunta es: ¿por qué Giacosa desconfía de lo que Olmedo y Durand Cornejo –ambos anémicos en materia de peronismo pero ricos en justicialismo– puedan llegar a hacer una vez que alcancen el gobierno? ¿Teme este animal político que el justicialismo será categóricamente ignorado por dos hombres supuestamente enemigos de la libertad, la igualdad y la fraternidad? Para nada. Creo que la respuesta es simple: si Romero estuviese solo, rodeado únicamente de peronistas excluidos por Urtubey, entonces el propio Giacosa fácilmente podría acomodarse en el gobierno futuro. Al fin y al cabo su religión es el peronismo, por lo que un peronista como Romero haría mal en dejar huérfano a alguien tan leal al Partido Justicialista y a la “ideología” peronista como lo es él. Con Olmedo en la Vicegobernación, y Durand Cornejo en la Intendencia, ¿a dónde irá a parar este fanático del peronismo?

lunes, 23 de febrero de 2015

El problema de la extinción de la familia

En un artículo publicado en El Tribuno bajo el título “Una provincia, dos miradas sobre el futuro” se señala que uno de los mayores problemas sociales que Urtubey no logró controlar en los últimos ocho años ha sido el de la violencia doméstica. Dicho problema es tremendamente grave, por lo que su solución no es una cuestión sencilla.

Realmente no creo que, como muchos sostienen, esas cosas pasaron siempre sólo que ahora se conocen más que antes. Si bien es cierto que la violencia doméstica es parte del panorama social salteño desde hace años, en la actualidad se ha multiplicado enormemente la cantidad de estos lamentables episodios. Y ello se debe principalmente a una cosa: la destrucción sistemática de la familia.

En efecto, desde hace décadas que en nuestro país se impulsa la banalización del concepto de “familia”. Hoy en día se habla de “grupo familiar”, algo que vendría a ser una aglomeración de personas que conviven o intentan convivir bajo un mismo techo. Pero ello, si nos atenemos al sentido tradicional de la palabra, no necesariamente equivale a una familia. Se le ha quitado el costado espiritual que el término “familia” tenía, dejando en su lugar una interpretación meramente materialista: hoy en día las familias existen para cobrar las ayudas sociales, pero no para criar hijos, son un mero asunto económico más en la vida de una persona y no algo que dota de sentido la existencia de un individuo.

Cuando se vuelve algo común que la madre tenga 15 años y la abuela 30, es hora de que el Estado actúe con urgencia. En eso falla Urtubey –y la mayoría de los gobernantes argentinos–: por mantener la clientela, evitan recuperar el concepto de “familia”. Mientras esta situación siga vigente, mientras los hombres no estén obligados a comportarse como auténticos varones, y mientras las mujeres sean alentadas para perder su feminidad, entre las cuatro paredes todo seguirá empeorando.

¡Salvemos a las familias!

lunes, 16 de febrero de 2015

La democracia en technicolor

Una cuestión que estuvo circulando en relación a las próximas elecciones salteñas tiene que ver con el color en el que aparecerán cada partido y cada alianza sobre los tableros de voto electrónico. Así nos enteramos que, al parecer, habría un conflicto entre el Partido Obrero y el frente Romero + Olmedo - Salta Nos Une, ya que ambos desean utilizar una combinación de rojo y amarillo y la ley estipula que sólo uno de los dos puede hacerlo. 

Esa disputa me parece no sólo ridícula, sino además humillante. Cada fuerza política y cada candidato es libre de elegir los colores que mejor lo representen. A la disposición de que cada uno tenga un color diferente nosotros la vemos como un capricho estético, pero tiene una función: servir de guía a los analfabetos. En efecto, recuerdo que de chico miraba la televisión peruana y boliviana y allí mostraban cómo cada candidato no sólo tomaba un color o una combinación de colores particulares para si, sino que además utilizaban logos bien elementales (una pala, un pez, un sol, etc); el motivo para ello era facilitarle las cosas a quienes no sabían leer.

En la Argentina lo índices de alfabetismo son bastante altos como para que un partido o frente se esté preocupando por elegir un color o un logo característico que lo singularice para que no haya confusiones en el cuarto obscuro. 

El PO usa el rojo y el amarillo porque son colores tradicionales de los comunistas. El olmedismo usa el amarillo porque las camperas amarillas son propias de gente que anda por el campo y usa un color llamativo para ser divisado desde lejos en caso de que algo pase. El romerismo usa el colorado porque lo instituyeron como marca salteña al adoptar la bandera provincial basada en el poncho del General Güemes. Permitir que unos usen el rojo y amarillo y prohibírselos a otros me suena a que están tomando a la gente por analfabeta. Si la ley estipula eso, no lo hace sobre una base racional, por lo que es un buen momento para desobedecerla y reintroducirle algo de coherencia a la política argentina.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Salta nos une

Alfredo Olmedo:
Acá no es que se ha unido la oposición, nos hemos unido los que queremos construir una Salta diferente, los que queremos cambiar el destino de la provincia, volver al orden, al respeto, a la dignidad