lunes, 23 de febrero de 2015

El problema de la extinción de la familia

En un artículo publicado en El Tribuno bajo el título “Una provincia, dos miradas sobre el futuro” se señala que uno de los mayores problemas sociales que Urtubey no logró controlar en los últimos ocho años ha sido el de la violencia doméstica. Dicho problema es tremendamente grave, por lo que su solución no es una cuestión sencilla.

Realmente no creo que, como muchos sostienen, esas cosas pasaron siempre sólo que ahora se conocen más que antes. Si bien es cierto que la violencia doméstica es parte del panorama social salteño desde hace años, en la actualidad se ha multiplicado enormemente la cantidad de estos lamentables episodios. Y ello se debe principalmente a una cosa: la destrucción sistemática de la familia.

En efecto, desde hace décadas que en nuestro país se impulsa la banalización del concepto de “familia”. Hoy en día se habla de “grupo familiar”, algo que vendría a ser una aglomeración de personas que conviven o intentan convivir bajo un mismo techo. Pero ello, si nos atenemos al sentido tradicional de la palabra, no necesariamente equivale a una familia. Se le ha quitado el costado espiritual que el término “familia” tenía, dejando en su lugar una interpretación meramente materialista: hoy en día las familias existen para cobrar las ayudas sociales, pero no para criar hijos, son un mero asunto económico más en la vida de una persona y no algo que dota de sentido la existencia de un individuo.

Cuando se vuelve algo común que la madre tenga 15 años y la abuela 30, es hora de que el Estado actúe con urgencia. En eso falla Urtubey –y la mayoría de los gobernantes argentinos–: por mantener la clientela, evitan recuperar el concepto de “familia”. Mientras esta situación siga vigente, mientras los hombres no estén obligados a comportarse como auténticos varones, y mientras las mujeres sean alentadas para perder su feminidad, entre las cuatro paredes todo seguirá empeorando.

¡Salvemos a las familias!

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