viernes, 26 de abril de 2013

La palabra ante los oídos sordos

El episodio del miércoles pasado dejó en evidencia las miserias de la corporación partidocrática argentina. También mostró lo corrompida que están las instituciones y lo dañado que está el sistema político del país. 

130 diputados cumpliendo la voluntad de los miembros del Poder Ejecutivo para avanzar sobre la independencia de los miembros del Poder Legislativo equivale a aceptar que el Parlamento nacional se ha convertido en una mera escribanía de la presidencia, cuya única tarea es ponerle un sello a un papel escrito en Casa Rosada y cobrar abultadísimos honorarios por eso. Se entiende que los miembros del Frente para la Victoria -muchos de ellos juristas de vocación republicana- voten ciegamente el proyecto, ¿pero que hay de los demás? Los diputados de Nuevo Encuentro se venden como socialdemócratas progresistas y aprueban una medida de voto popular en un país clientelista como este. Cristina Fiore tiró por la borda los valores del Partido Renovador, seguramente defraudando a aquellos que alguna vez adhirieron con orgullo a la fuerza del viejo Ulloa. 

La sesión fue maratónica, cargada de discursos y discusiones, ¿pero cuál fue el sentido de todo ello? ¿Los diputados hablaron para intercambiar ideas? ¿El objetivo de las intervenciones era que los miembros de la oposición persuadieran a los del oficialismo para alterar el voto que ya tenían decidido de antemano y viceversa? ¿O sólo hablaron –a través de monólogos, chicanas y agravios– para justificar su voto? ¿Justificarlo ante quien? ¿Sus palabras iban dirigidas hacia los miembros de la Cámara o sólo les preocupaba parlotear ante las cámaras de televisión?

La política de la Argentina avergüenza. Los políticos sólo buscan resolver sus problemas, los de su corporación, y no los nuestros. Por ello sus palabras son huecas e inútiles: no son espadas ni escudos, sólo maquillaje para que la decadencia nacional no hiera tanto ante los ojos de quienes votan. Si el poder estuviera en manos del pueblo, si las urnas circulasen no sólo cada dos años sino cada vez que se ponen en juego los intereses de la República, las palabras servirían. En un país así, con una democracia real, la "reforma judicial" hubiese tenido por objeto acabar con la inseguridad de las calles en lugar de crear inseguridad de la persona ante el Estado. 

Argentina necesita de una reforma institucional seria, una que incluya más a la gente y no sólo a más políticos. Por ahora, mientras luchamos por ello, sólo podemos confiar nuestro voto a los hombres del pueblo y negárselo a los políticos que se dan la gran vida succionando el dinero de nuestro bolsillos. 

Miedo a la transparencia

Esta semana un concejal salteño, Carlos Zapata, fue insólitamente acusado de “espionaje” porque se tomó la molestia de filmar una reunión de comisión. Muchos de sus colegas concejales se enfurecieron, pese a que todo mundo sabe que dicha reunión es de carácter público. Parece ser que a algunos empleados del pueblo los pone extremadamente nerviosos el hecho de que los vecinos de la ciudad sepan qué es lo que dicen y hacen normalmente. ¿O será que tienen mucho para ocultarles a los que les pagan el sueldo?

jueves, 25 de abril de 2013

Golpe de República

La codicia, la soberbia y el resentimiento de los kirchneristas logró esta vez llevarse por delante a la República, la misma que nació formalmente en Tucumán en 1816. Y lo peor fue que sólo lo lograron gracias a la complicidad de una piara de infames cobardes, que, en lugar de representar al pueblo que los eligió, representan al Poder Ejecutivo.

La República, para funcionar como tal, requiere de independencia y autonomía de los tres poderes del Estado, pero el Poder Legislativo se ha convertido, tristemente, en un mero anexo burocrático de la voluntad del Poder Ejecutivo. Ahora el Poder Judicial va camino a repetir la suerte del Legislativo, gracias a la decisión de una centena de golpistas que, sin sufrir de vergüenza ni padecer de culpa, sostiene el capricho de una presidencia visiblemente desequilibrada.

Esta reforma, como dice Olmedo, “no resuelve las cuestiones más urgentes para los argentinos”. Y no lo hace porque su concepción fue despreciable, ya que no nació para ayudar a derrotar a la atroz inseguridad que día a día gana las calles y obliga al argentino honesto a vivir con miedo, sino que nació para zanjar una disputa entre dos bandas de plutócratas.

El Grupo Clarín seguramente tiembla, y prepara una estrategia (política, social, cultural, económica) para combatir a la ley diseñada para atacarlos. El problema no es la guerra entre el kirchnerismo y el Grupo Clarín, sino lo que viene después de que ésta acabe. Como en toda guerra –una vez que concluye con la victoria para una de las dos partes en lucha o con un empate– lo que quedan son ruinas. En este caso serán las ruinas de la República las que la última decisión de los Diputados nos dejan. Y nos dejan las ruinas para que habitemos en ellas, cuando hace muy poco teníamos un fuerte edificio en pie, el cual sólo necesitaba remodelaciones mas no su demolición. 

miércoles, 24 de abril de 2013

El Grupo Clarín, el Kirchnerismo y la República herida

Un poco de memoria

Circo cotidiano
La sociedad argentina está dividida. De eso no caben dudas. Pero la división no es real, es sólo una división generada por el dinero. En rigor no es el dinero en si mismo el que ha generado la división, sino los hombres que lo codician. ¿Por qué digo esto? Porque hoy por hoy, lamentablemente, millones de argentinos estamos atrapados en medio de una disputa entre el Grupo Clarín y el gobierno kirchnerista que está arrastrando consigo a la República misma.

En el año 2008 muchísimos productores rurales salieron a reclamar a las rutas y a las calles, cansados de que el gobierno nacional abusara de ellos a través de las altísimas retenciones impositivas estipuladas para su actividad. En aquella oportunidad el multimedio Clarín decidió apoyar a los ruralistas, dándoles amplia cobertura a sus reclamos. El episodio culminó con la famosa votación “no-positiva” del vicepresidente Julio Cobos y el consiguiente tambaleo kirchnerista. A partir de allí se generó una disputa entre el kirchnerismo y el Grupo Clarín que fue creciendo con el tiempo.

En la actualidad asistimos a la magnificación de esa disputa. Si hoy el gobierno plantea reformar al Poder Judicial atropellando ciertos principios republicanos elementales, no es por otra cosa más que por su conflicto con el Grupo Clarín, al cual esperan vencer definitivamente alterando con brusquedad el mecanismo de elección de jueces y reduciendo las funciones y atribuciones de este poder del Estado.

Hijos de la misma madre

Compañeros de ruta
Lo curioso es que antes de ser el Grupo Clarín y los kirchneristas los enemigos acérrimos que son ahora, en su momento fueron grandes compinches. Es que ambos compartían el mismo objetivo: hacer dinero. Tener dinero es importante para poder sobrevivir en el mundo contemporáneo, pero cuando la existencia de alguien se reduce casi exclusivamente a pensar los modos de llenarse los bolsillos entonces se ha caído en la miseria. El miserable no es aquel que carece de todo, sino el que tiene todo y quiere seguir teniendo más porque le falta un propósito en la vida diferente al de agrandar su patrimonio, o sea es el que ha convertido al dinero en un fin y no en un medio. Tanto los directivos del Grupo Clarín como los kirchneristas cubren el rol del miserable a la perfección.

Cuando se planteó una verdadera división en la sociedad argentina –una división basada no en intereses económicos sino en valores comunes– el kirchnerismo y el Grupo Clarín coincidieron. Me refiero, claro, a momentos patéticos como la aprobación del matrimonio entre homosexuales: en esa oportunidad la gran mayoría de los kirchneristas (incluyendo al propio Néstor Kirchner) se inclinó por legitimar la aberración, del mismo modo que el Grupo Clarín utilizó sus espacios para multiplicar las voces que vendían la impostura homosexualista sin hacer demasiado para desenmascararla. A los periodistas de Clarín, TN y Radio Mitre los vemos a diario informando sobre los deslices y delitos de militantes y funcionarios kirchneristas; ¡que lindo hubiese sido verlos trabajar así en contra de los elegebetistas y sus mentiras!

La oposición automática

La actitud del Grupo Clarín frente al asunto del matrimonio entre homosexuales, esa actitud cobarde de no querer buscar decir la verdad o de no querer distinguirla claramente de la niebla de mentiras que la rodea, muestra lo que en realidad es esa corporación. Se deduce de allí que cuando los de Clarín apoyaron a los ruralistas no lo hicieron porque fuese lo justo, lo hicieron porque era lo que les convenía en ese momento.  

Ahora esa priorización de lo conveniente por sobre lo justo se produce dramáticamente para la gente del Grupo Clarín. Lo vemos, por ejemplo, en el modo en que recientemente hablaron de Alfredo Olmedo en torno a la votación de la reforma del Poder Judicial. Algunos think tanks lobbistas como CIPPEC, Poder Ciudadano y la ADC (la misma ONG que patrocinó movidas para prohibir la enseñanza de la religión en escuelas públicas de Salta) realizaron una campaña para que una docena de diputados cuya posición en relación al tema no era fácil de definir optaran por bloquear el proyecto del oficialismo.

Convirtiendo a la democracia en un juego de héroes y villanos
Lo que en el fondo los lobbistas pedían es que ninguno de esos diputados diese quórum, pues para frenar la sanción de las reformas al Poder Judicial la única posibilidad era que no se votase, ya que al kirchnerismo siempre le alcanzó para lograr la mayoría. Olmedo anticipó que no se iba a negar a dar quórum, ya que es leal a la idea de que el ausentismo voluntario por parte de un parlamentario es una burla irrespetuosa al trabajador argentino, y se supo de boca de sus allegados que nuestro diputado iba a votar negativamente. Eso es todo. Sin embargo Clarín aprovechó la oportunidad para atacar a alguien que no es un kirchnerista pero que tampoco es un opositor, publicando un artículo en donde –sin simular imparcialidad o neutralidad– valoran negativamente una serie de brillantes propuestas olmedianas para mejorar la calidad de vida y lograr la armonía social en este país. 

Olmedo es de la gente de Salta, del pueblo argentino, un independiente que, según sus convicciones, valores y principios, vota a favor cuando es necesario y en contra cuando hace falta. El Grupo Clarín, inmerso en su fatal lucha contra el kirchnerismo (fatal para los que no estamos ni con unos ni con otros), no le perdona a Olmedo que no se deje controlar automáticamente, no le perdona que trabaje para los ciudadanos argentinos y no para las cajas fuertes de Herrera de Noble, Magnetto y los demás millonarios. Y si no se lo perdona a él, tampoco nos los perdona a los millones de argentinos que, a diferencia de ellos, no somos unos miserables. 

domingo, 21 de abril de 2013

El mensaje más urgente

La sinceridad sin un después

El Ministro Julio César Loutaif reconoció que el narcotráfico crece día a día en Salta y que la cantidad de jóvenes adictos a las drogas es preocupante. Tales confesiones llegaron después de que el Concejo Deliberante de la ciudad de Orán emitió un comunicado en donde lo repudiaban a causa de su incompetencia.

Está bien que Loutaif reconozca este problema que la Argentina padece, pero eso, por supuesto, no alcanza. La drogadicción y el narcotráfico son dos de los flagelos más dolorosos que sufrimos como sociedad: gente que entrega su vida a un miserable suicidio y gente que lucra con ello, un enfermo que deja a su vida escurrirse entre sus manos y un cretino que saca rédito de tan denigrante escenario. Frente a ellos no se puede permanecer pasivo.

Las drogas no se van a frenar solas, pues hoy en día constituyen una verdadera cultura. Tanto los que las venden como los que las compran son un grupo heterogéneo, que incluye a gente de diversas edades, diversos ingresos, y diversas orientaciones sexuales. Del mundo de las drogas participan aquellos que tienen mucho como aquellos que no tienen nada. Entonces es por ello que es tan difícil combatirlas: no se las puede considerar el problema de un sector de la sociedad, sino un problema que afecta –directa o indirectamente– a cada uno de sus miembros. Así si se va a atacar a las drogas, hay que hacerlo desde todos los flancos, de otra manera es imposible vencerlas.

No existe el derecho a volverse estúpido

Aquel que cae en la adicción lo hace porque sufre la relegación social, porque no puede satisfacer sus necesidades básicas, porque no tiene capacidad para proyectar su futuro, o por otros muchos motivos personales vinculados a la carencia de algo material o inmaterial. Sin embargo hay miles que sufren de lo mismo y no eligen a las drogas como salida. Allí está la clave. 

Si se espera triunfar sobre las drogas algún día el único camino posible es que todos, absolutamente todos, reconozcan que las drogas no son aceptables. Las drogas estupidizan, y ser estúpido no puede ser algo deseable. El que consume drogas acepta volverse estúpido voluntariamente. No hay nada admirable en eso, sino todo lo contrario.

Los que lamentablemente no condenan y hasta defienden el consumo de drogas (que no son pocos) sostienen que existiría algo así como un derecho a estupidizarse, siempre y cuando se realice bajo ciertas condiciones especiales. Tal idea es estúpida, pues sólo un estúpido puede defender la estupidización. Si los hombres somos, por definición, “animales racionales”, al bloquearnos voluntariamente la racionalidad estamos renunciando a nuestra humanidad –y, por consiguiente, a los derechos que le son inherentes.

Drogas o Vida, esa es la cuestión

Las drogas son lo opuesto a la vida, por lo que la dicotomía debe ser resaltada en lugar de ser difuminada (como pareciera ser la tendencia de muchos discursos contemporáneos). Decir “si” a la vida y “no” a las drogas no es superfluo. La vida es un don, un regalo que se ha recibido, y la muerte es aquello que nos recuerda que podemos disfrutar de ese don o desperdiciarlo.

La política, la educación, la cultura, todo en nuestra Argentina tiene que asumir el compromiso de enseñar a todos –especialmente a los más jóvenes– a decir “no a las drogas” y “si a la vida”. Ese es el mensaje más urgente. 

jueves, 18 de abril de 2013

Conozca a su representante

Típico político argentino 
Uno de los grandes problemas del actual sistema político argentino son las infames “listas sábanas”. Por obra y gracia de ese artilugio electoral suele ocurrir que los parlamentos locales (ya sea a nivel Nacional, como también a nivel Provincial o Municipal) se llenan de personajes sobre los que la misma ciudadanía que los votó no tiene ni la más mínima idea de quienes son o a qué se dedican.

Pero también sucede que la gente ignora a quienes cree conocer. Ciertamente toda persona tiene derecho a administrar su intimidad y a separar su vida pública de su vida privada, pero hay algunas cuestiones que, por más reservadas que parezcan, deberían ser expuestas a la más luminosa luz: en un país cuyas instituciones funcionasen un político, sea conocido o desconocido, debería informarle a sus votantes acerca de sus adicciones. Y no es que haya un ánimo inquisitorial en una propuesta como ésta; lo que hay es, en realidad, el recordatorio de una obligación moral.

Lo que sucede es que las adicciones suelen ser destructivas. Quien es adicto (adicto a las drogas, adicto al juego, adicto a la pornografía, etc.) es una persona que ha perdido el control de su vida y ha convertido a su cuerpo en un mero vehículo para que el parásito de su adicción pueda crecer.

Los adictos, en buena medida, son artífices de su destino, pero no son enteramente culpables de ello. El que sufre una adicción es un enfermo y, como todo enfermo, vale decir como toda persona disminuida en sus capacidades, merece asistencia médica y psicológica.

Es fácil reconocer cuando una persona es adicta a una sustancia: alguien que bebe mucho alcohol, que fuma muchos cigarrillos o que consume muchos psicolépticos, alguien que se autoimpone rutinas para ingerir esas sustancias, alguien que evita el contacto con otras personas que pueden llegar a dificultar la ingesta de esas sustancias, es, sin dudas, un adicto.  

Pero no sólo a sustancias se es adicto, también existen aquellos que se vuelven adictos a actividades. El poder, por ejemplo, genera adicción. La corrupción también vuelve adictas a las personas.

Un político que, después de que la rinoscopia le dio positiva, nos diga que ha hecho del narigueteo de cocaína una actividad permanente, bien debería emplear parte del abultado sueldo que percibe en desintoxicarse. Del mismo modo un político que ha hecho de su servicio público una actividad de la cual no puede despegarse sin sufrir abstinencia tendría que invertir aquello que lo mantiene adherido a su puesto para lograr acabar con su adicción y devolverle al pueblo argentino lo que le ha quitado. Así Argentina se volvería una república más justa, así habría una verdadera “democratización” de la justicia.   

viernes, 12 de abril de 2013

Sobre la “franciscomanía”

Hace unos días Alfredo Olmedo lanzó la idea de rebautizar a la Ruta Nacional Nº 9 con el nombre “Papa Francisco”. A raíz de ello no faltaron los póngidos que rechazaron tan excelente propuesta por pecar ésta, supuestamente, de “franciscomanía”. Creo, sin embargo, que el proyecto de Olmedo está en las antípodas de esa franciscomanía.

Hace unos años murió un presidente en nuestro país y se produjo una obscena oleada de obsecuencia. De la noche a la mañana decenas de calles y avenidas adquirieron el nombre del hombre fallecido, y luego se multiplicaron los barrios y las plazas que rendían tributo al finado. Eso si fue una verdadera “nestorkirchnermanía”, impuesta desde arriba sólo para agitar aguas que de otra manera hubiesen permanecido bastante calmas. Quizás Néstor Kirchner –como Alfonsín, Illia, Perón o varios otros– merece una porción de la república bautizada con su nombre, pero ello no es una urgencia como quisieron hacerlo parecer. 

El hecho de que Jorge Bergoglio haya sido designado Sumo Pontífice de la cristiandad es algo de una trascendencia gigantesca. Ello excede considerablemente la obra de cualquier presidente argentino, por el simple hecho de que un Papa tiene la noble obligación de comunicar a la cristiandad con el resto del universo, su misión es construir un puente allí donde no lo hay para que el Evangelio pueda llegar vivazmente hasta quienes no pueden o no quieren vivirlo.

El primer Papa hispanoamericano resulta ser entonces una buena excusa para que los millones de habitantes del continente reafirmen su compromiso con la religión católica que profesan, pues el Vicario de Dios en la Tierra es uno de los nuestros. Estos pequeños pero estratégicos gestos como el de renombrar una ruta pueden ser interpretados como la forma más sutil de recordarnos que también nosotros tenemos que ser activos partícipes de la obra apostólica de nuestra Iglesia, transitando el camino de la virtud hacia la Salvación.

La franciscomanía sólo existe en aquel ejército de hipócritas que no vacilaron en vomitar su odio contra Bergoglio apenas se enteraron de su designación a la Cátedra de San Pedro, sólo para dar un giro de 180º grados después y pasar a considerarlo un militante más de sus causas espurias. 

jueves, 4 de abril de 2013

Ni oficialismo, ni oposición: la opción salteña

Alfredo Olmedo y la derecha

Las encuestas que proyectan la intención de voto para las próximas elecciones dan como ganador a Alfredo Olmedo en la categoría de Senador Nacional, superando en las adhesiones al perfecto oficialista (Rodolfo Urtubey) y al perfecto opositor (Juan Carlos Romero). Esta irrupción de un liderazgo distinto para Salta –provincia ya acostumbrada a tolerar reinados interminables del Partido Justicialista– genera comentarios de diversa índole.

Uno de ellos –al que me referiré en lo sucesivo– fue escrito por Daniel Ávalos, un periodista del semanario Cuarto Poder. Ávalos se propone ningunear la gigantesca magnitud del “fenómeno Olmedo” y por ello califica al actual Diputado Nacional de “satélite”, quitándole el protagonismo que goza y poniéndolo al lado de Guillermo Durand Cornejo, bajo las sombras de Urtubey y Romero respectivamente. Según la opinión de este cagatintas, Durand Cornejo estaría jugando del lado del romerismo para contrarrestar a Olmedo, quien, a su vez, habría sido escogido por el oficialismo para generar una oposición domesticada que acompañe sus proyectos de gestión en lugar de bloquearlos.

Ávalos reconoce diferencias bien visibles entre uno y otro hombre: Durand Cornejo es un sujeto de modales refinados, amplia cultura libresca y elaborada elegancia, mientras que Olmedo, en cambio, es un individuo sencillo, con una gran capacidad para intuir lo correcto y una campera amarilla que tiene la virtud de amarillecer los corazones de muchos. Claramente estas caracterizaciones nos hablan, por un lado, de un hombre que responde a la defensa de los intereses de un determinado grupo social, y, por el otro lado, de un hombre que propone el avance de las conquistas populares y su armonización con el resto de la sociedad.

Sin embargo un poco más adelante Ávalos unifica las figuras de Olmedo y Durand Cornejo en un frente común al que califica de “derecha nueva”. Y esa supuesta “derecha nueva” estaría desvinculada de los sectores humildes, construida por generación espontánea, independizada de las castas políticas que permanecen enquistadas en el poder desde hace décadas, incapaz de expresar algo más que meras opiniones, y deseosa de convertir a la cosa pública en una actividad privada para manejar los Estados como si fuesen empresas.  

Al parecer lo que el tal Ávalos hizo fue buscar a alguien que realizó un análisis bastante burdo sobre el PRO de Mauricio Macri, sólo para atribuirle sus particularidades a Durand Cornejo y a Olmedo. No sé si Durand Cornejo es un aliado del PRO, pero ciertamente no lo es Olmedo. Y Olmedo ha decidido prescindir de su alianza con Macri para, directamente, tejer una alianza con la sociedad salteña. Él mismo ha dicho para justificar su decisión: “¿cómo le explico al salteño que sufre necesidades que tiene que subsidiar el subte porteño o que tiene que pelear por el Banco de la Ciudad de Buenos Aires?”

Alfredo Olmedo y la izquierda

Lo que más espanta a Ávalos de Olmedo es que su poder de convocatoria es enorme. Olmedo es una persona que llega permanentemente al pueblo, pero para Ávalos ello no es ser popular sino que es simple demagogia; del mismo modo, Olmedo omitió la muchas veces denigrante escalada del “militante” que va a aplaudir en actos y a entregar folletos para algún día ocupar un espacio en una lista y consiguió, por el contrario, involucrarse en política sin tener que pedirles permiso a los que se creen propietarios de la actividad, mas aún así Ávalos interpreta a ello no como autonomía sino como acomodo.

Hay otras dos virtudes olmedianas que Ávalos juzga como si fuesen defectos: su solidez (la misma que lo habilita a presentar todo un programa político en la hendiatris “Patria, Trabajo, Familia”, y reclamar soluciones simples a problemas puntuales) y su celebración de la Libertad (la que le permite plantear que el Estado existe para facilitarles la vida a las personas pero no para dirigírselas en cada instancia).

El tal Ávalos se declara “izquierdista”, pero se lamenta de serlo. Sostiene él que Ragone, los piqueteros y los concejales trotskistas son prueba suficiente de que en Salta hay cabida para los desvaríos de la izquierda, y pide a gritos un liderazgo fuerte que pueda conseguir parlamentarios que respondan a las tesis del progresismo. Lo curioso es que cuando pone su mirada sobre los grupos locales de izquierda, termina diciendo que o son muy únicos y exaltados o son muy corrientes y moderados, y nada de ello sirve para aproximarse al poder.

Alfredo Olmedo y el centro

Ávalos se niega a ver lo obvio: Alfredo Olmedo no es un hombre de la derecha neoliberal a la que denosta ferozmente, ni de la izquierda socialdemócrata a la que aplaude tibiamente. Olmedo no es un hombre de derecha ni de izquierda, pero tampoco está más allá de esas posiciones, sino más acá: es un hombre de centro, pero no del centro neutro, indefinido y especulador, sino del centro radical.

El centrismo radical combina el idealismo de la izquierda con el pragmatismo de la derecha, por tanto se está frente a un realismo que no peca de iluso. El gobierno nacional, los grandes medios de comunicación y los empresarios plutócratas no son de confiar desde esta posición, por lo que el federalismo, el verismo y la solidaridad se vuelven urgentes.

Hoy en día las “sintonías finas” han probado ser insuficientes para garantizar el bienestar de las mayorías, por lo que es preciso avanzar con reformas institucionales serias, reformas que no impliquen gastos descomunales sino combinaciones creativas de ideas sin importar su procedencia. Ante la derecha y la izquierda se sabe perfectamente qué esperar de cada una de ellas, y es por tanto en el centro donde la creatividad, la innovación y la renovación realmente se producen.

Cada vez que Olmedo apela al sentido común y propone soluciones fuertes a problemas graves (por ejemplo castración para evitar violaciones, subsidio a las embarazadas y aceleración de los trámites de adopción para evitar abortos, cupos de aberrosexuales para desenmascarar su hipocresía, etc.) lo que está haciendo en realidad es sacar a los argentinos de su zona segura, obligarnos a pensar por fuera de nuestros límites habituales para visualizar el potencial que inconscientemente oprimimos debido a una educación defectuosa y a una cultura de la obediencia a Amos viciosos.

Estamos tan acostumbrados a darles el voto a los que suponemos “menos malos”, que ya hemos olvidado que todos somos “la política”, que más allá de ser conservadores o progresistas, oficialistas u opositores, somos salteños. Mientras Ávalos espera sentado que llegue su “Príncipe” de izquierda, y mientras los peronistas (aliados a una fauna bastante grande de coherentistas y contradictores) acaparan los espacios de participación, nosotros los salteños vemos cómo nuestra provincia se estanca, y cómo el espíritu del General Güemes es mancillado por profesionales de la política que sólo se preocupan por pelear por el poder para mejorar sus vidas en lugar de ocuparse por pelear para poder hacer aquello que mejore la vida de los salteños.    

miércoles, 3 de abril de 2013

El arte de omitir lo importante

El primero de abril último, el Gobernador Juan Manuel Urtubey pronunció un discurso para inaugurar el período de sesiones ordinarias de la Legislatura de Salta correspondiente al año 2013. En esta oportunidad, el titular del Poder Ejecutivo de la Provincia tuvo la brillante idea de hacer una exposición cargada de gráficos y estadísticas para demostrar que Salta, en los últimos seis años, creció significativamente. 

El problema está en creer que ese crecimiento implica también el desarrollo de la provincia. En Salta –como bien señala Alfredo Olmedo– hay muchas más viviendas, mucho más asfalto y muchas más cloacas de las que habían antes, pero ello no significa que la calidad de vida haya mejorado realmente. Tener una vivienda no es lo mismo que tener un hogar, multiplicar las calles asfaltadas no es lo mismo que hacer vecindades más habitables, y crear cloacas ayuda mucho con la higiene doméstica pero no garantiza barrios más cómodos.   

Lo que Salta necesita urgente son familias más unidas, valores sociales más sólidos y un Estado mejor ordenado. Ello reducirá el gran flagelo que hoy nos acosa: la anomia juvenil. En efecto, en un país donde la gente come regularmente pero nunca alimenta el espíritu, las adicciones, especialmente entre los jóvenes, crecen desmesuradamente. Y el crecimiento de las adicciones favorece a empeorar el clima de inseguridad en el que, lamentablemente, se vive día a día. Esos son problemas gravísimos sobre los cuales la acción política debería girar con mayor intensidad para no quedar reducida a mera gestión empresarial.   

El lunes Urtubey hablo mucho, pero no dijo nada importante. Salta necesita otra voz.