domingo, 21 de abril de 2013

El mensaje más urgente

La sinceridad sin un después

El Ministro Julio César Loutaif reconoció que el narcotráfico crece día a día en Salta y que la cantidad de jóvenes adictos a las drogas es preocupante. Tales confesiones llegaron después de que el Concejo Deliberante de la ciudad de Orán emitió un comunicado en donde lo repudiaban a causa de su incompetencia.

Está bien que Loutaif reconozca este problema que la Argentina padece, pero eso, por supuesto, no alcanza. La drogadicción y el narcotráfico son dos de los flagelos más dolorosos que sufrimos como sociedad: gente que entrega su vida a un miserable suicidio y gente que lucra con ello, un enfermo que deja a su vida escurrirse entre sus manos y un cretino que saca rédito de tan denigrante escenario. Frente a ellos no se puede permanecer pasivo.

Las drogas no se van a frenar solas, pues hoy en día constituyen una verdadera cultura. Tanto los que las venden como los que las compran son un grupo heterogéneo, que incluye a gente de diversas edades, diversos ingresos, y diversas orientaciones sexuales. Del mundo de las drogas participan aquellos que tienen mucho como aquellos que no tienen nada. Entonces es por ello que es tan difícil combatirlas: no se las puede considerar el problema de un sector de la sociedad, sino un problema que afecta –directa o indirectamente– a cada uno de sus miembros. Así si se va a atacar a las drogas, hay que hacerlo desde todos los flancos, de otra manera es imposible vencerlas.

No existe el derecho a volverse estúpido

Aquel que cae en la adicción lo hace porque sufre la relegación social, porque no puede satisfacer sus necesidades básicas, porque no tiene capacidad para proyectar su futuro, o por otros muchos motivos personales vinculados a la carencia de algo material o inmaterial. Sin embargo hay miles que sufren de lo mismo y no eligen a las drogas como salida. Allí está la clave. 

Si se espera triunfar sobre las drogas algún día el único camino posible es que todos, absolutamente todos, reconozcan que las drogas no son aceptables. Las drogas estupidizan, y ser estúpido no puede ser algo deseable. El que consume drogas acepta volverse estúpido voluntariamente. No hay nada admirable en eso, sino todo lo contrario.

Los que lamentablemente no condenan y hasta defienden el consumo de drogas (que no son pocos) sostienen que existiría algo así como un derecho a estupidizarse, siempre y cuando se realice bajo ciertas condiciones especiales. Tal idea es estúpida, pues sólo un estúpido puede defender la estupidización. Si los hombres somos, por definición, “animales racionales”, al bloquearnos voluntariamente la racionalidad estamos renunciando a nuestra humanidad –y, por consiguiente, a los derechos que le son inherentes.

Drogas o Vida, esa es la cuestión

Las drogas son lo opuesto a la vida, por lo que la dicotomía debe ser resaltada en lugar de ser difuminada (como pareciera ser la tendencia de muchos discursos contemporáneos). Decir “si” a la vida y “no” a las drogas no es superfluo. La vida es un don, un regalo que se ha recibido, y la muerte es aquello que nos recuerda que podemos disfrutar de ese don o desperdiciarlo.

La política, la educación, la cultura, todo en nuestra Argentina tiene que asumir el compromiso de enseñar a todos –especialmente a los más jóvenes– a decir “no a las drogas” y “si a la vida”. Ese es el mensaje más urgente. 

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