La sinceridad sin un después
El Ministro Julio César Loutaif reconoció
que el narcotráfico crece día a día en Salta y que la cantidad de jóvenes adictos a las drogas es preocupante. Tales confesiones llegaron después de que
el Concejo Deliberante de la ciudad de Orán emitió un comunicado en donde lo repudiaban a causa de su incompetencia.
Está bien que Loutaif reconozca
este problema que la
Argentina padece, pero eso, por supuesto, no alcanza. La
drogadicción y el narcotráfico son dos de los flagelos más dolorosos que
sufrimos como sociedad: gente que entrega su vida a un miserable suicidio y
gente que lucra con ello, un enfermo que deja a su vida escurrirse entre sus
manos y un cretino que saca rédito de tan denigrante escenario. Frente a ellos
no se puede permanecer pasivo.
Las drogas no se van a frenar
solas, pues hoy en día constituyen una verdadera cultura. Tanto los que las
venden como los que las compran son un grupo heterogéneo, que incluye a gente
de diversas edades, diversos ingresos, y diversas orientaciones sexuales. Del
mundo de las drogas participan aquellos que tienen mucho como aquellos que no
tienen nada. Entonces es por ello que es tan difícil combatirlas: no se las
puede considerar el problema de un sector de la sociedad, sino un problema que
afecta –directa o indirectamente– a cada uno de sus miembros. Así si se va a
atacar a las drogas, hay que hacerlo desde todos los flancos, de otra manera es
imposible vencerlas.
No existe el derecho a volverse estúpido
Aquel que cae en la adicción lo
hace porque sufre la relegación social, porque no puede satisfacer sus
necesidades básicas, porque no tiene capacidad para proyectar su futuro, o por
otros muchos motivos personales vinculados a la carencia de algo material o
inmaterial. Sin embargo hay miles que sufren de lo mismo y no eligen a las
drogas como salida. Allí está la clave.
Si se espera triunfar sobre las
drogas algún día el único camino posible es que todos, absolutamente todos,
reconozcan que las drogas no son aceptables. Las drogas estupidizan, y ser
estúpido no puede ser algo deseable. El que consume drogas acepta volverse
estúpido voluntariamente. No hay nada admirable en eso, sino todo lo contrario.
Los que lamentablemente no
condenan y hasta defienden el consumo de drogas (que no son pocos) sostienen
que existiría algo así como un derecho a estupidizarse, siempre y cuando se
realice bajo ciertas condiciones especiales. Tal idea es estúpida, pues sólo un
estúpido puede defender la estupidización. Si los hombres somos, por definición,
“animales racionales”, al bloquearnos voluntariamente la racionalidad estamos
renunciando a nuestra humanidad –y, por consiguiente, a los derechos que le son
inherentes.
Drogas o Vida, esa es la cuestión
Las drogas son lo opuesto a la
vida, por lo que la dicotomía debe ser resaltada en lugar de ser difuminada (como
pareciera ser la tendencia de muchos discursos contemporáneos). Decir “si” a la vida y “no” a las drogas no es superfluo. La vida es un don, un regalo que se
ha recibido, y la muerte es aquello que nos recuerda que podemos disfrutar de
ese don o desperdiciarlo.
La política, la educación, la
cultura, todo en nuestra Argentina tiene que asumir el compromiso de enseñar a
todos –especialmente a los más jóvenes– a decir “no a las drogas” y “si a la
vida”. Ese es el mensaje más urgente.
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