viernes, 26 de abril de 2013

La palabra ante los oídos sordos

El episodio del miércoles pasado dejó en evidencia las miserias de la corporación partidocrática argentina. También mostró lo corrompida que están las instituciones y lo dañado que está el sistema político del país. 

130 diputados cumpliendo la voluntad de los miembros del Poder Ejecutivo para avanzar sobre la independencia de los miembros del Poder Legislativo equivale a aceptar que el Parlamento nacional se ha convertido en una mera escribanía de la presidencia, cuya única tarea es ponerle un sello a un papel escrito en Casa Rosada y cobrar abultadísimos honorarios por eso. Se entiende que los miembros del Frente para la Victoria -muchos de ellos juristas de vocación republicana- voten ciegamente el proyecto, ¿pero que hay de los demás? Los diputados de Nuevo Encuentro se venden como socialdemócratas progresistas y aprueban una medida de voto popular en un país clientelista como este. Cristina Fiore tiró por la borda los valores del Partido Renovador, seguramente defraudando a aquellos que alguna vez adhirieron con orgullo a la fuerza del viejo Ulloa. 

La sesión fue maratónica, cargada de discursos y discusiones, ¿pero cuál fue el sentido de todo ello? ¿Los diputados hablaron para intercambiar ideas? ¿El objetivo de las intervenciones era que los miembros de la oposición persuadieran a los del oficialismo para alterar el voto que ya tenían decidido de antemano y viceversa? ¿O sólo hablaron –a través de monólogos, chicanas y agravios– para justificar su voto? ¿Justificarlo ante quien? ¿Sus palabras iban dirigidas hacia los miembros de la Cámara o sólo les preocupaba parlotear ante las cámaras de televisión?

La política de la Argentina avergüenza. Los políticos sólo buscan resolver sus problemas, los de su corporación, y no los nuestros. Por ello sus palabras son huecas e inútiles: no son espadas ni escudos, sólo maquillaje para que la decadencia nacional no hiera tanto ante los ojos de quienes votan. Si el poder estuviera en manos del pueblo, si las urnas circulasen no sólo cada dos años sino cada vez que se ponen en juego los intereses de la República, las palabras servirían. En un país así, con una democracia real, la "reforma judicial" hubiese tenido por objeto acabar con la inseguridad de las calles en lugar de crear inseguridad de la persona ante el Estado. 

Argentina necesita de una reforma institucional seria, una que incluya más a la gente y no sólo a más políticos. Por ahora, mientras luchamos por ello, sólo podemos confiar nuestro voto a los hombres del pueblo y negárselo a los políticos que se dan la gran vida succionando el dinero de nuestro bolsillos. 

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