jueves, 18 de abril de 2013

Conozca a su representante

Típico político argentino 
Uno de los grandes problemas del actual sistema político argentino son las infames “listas sábanas”. Por obra y gracia de ese artilugio electoral suele ocurrir que los parlamentos locales (ya sea a nivel Nacional, como también a nivel Provincial o Municipal) se llenan de personajes sobre los que la misma ciudadanía que los votó no tiene ni la más mínima idea de quienes son o a qué se dedican.

Pero también sucede que la gente ignora a quienes cree conocer. Ciertamente toda persona tiene derecho a administrar su intimidad y a separar su vida pública de su vida privada, pero hay algunas cuestiones que, por más reservadas que parezcan, deberían ser expuestas a la más luminosa luz: en un país cuyas instituciones funcionasen un político, sea conocido o desconocido, debería informarle a sus votantes acerca de sus adicciones. Y no es que haya un ánimo inquisitorial en una propuesta como ésta; lo que hay es, en realidad, el recordatorio de una obligación moral.

Lo que sucede es que las adicciones suelen ser destructivas. Quien es adicto (adicto a las drogas, adicto al juego, adicto a la pornografía, etc.) es una persona que ha perdido el control de su vida y ha convertido a su cuerpo en un mero vehículo para que el parásito de su adicción pueda crecer.

Los adictos, en buena medida, son artífices de su destino, pero no son enteramente culpables de ello. El que sufre una adicción es un enfermo y, como todo enfermo, vale decir como toda persona disminuida en sus capacidades, merece asistencia médica y psicológica.

Es fácil reconocer cuando una persona es adicta a una sustancia: alguien que bebe mucho alcohol, que fuma muchos cigarrillos o que consume muchos psicolépticos, alguien que se autoimpone rutinas para ingerir esas sustancias, alguien que evita el contacto con otras personas que pueden llegar a dificultar la ingesta de esas sustancias, es, sin dudas, un adicto.  

Pero no sólo a sustancias se es adicto, también existen aquellos que se vuelven adictos a actividades. El poder, por ejemplo, genera adicción. La corrupción también vuelve adictas a las personas.

Un político que, después de que la rinoscopia le dio positiva, nos diga que ha hecho del narigueteo de cocaína una actividad permanente, bien debería emplear parte del abultado sueldo que percibe en desintoxicarse. Del mismo modo un político que ha hecho de su servicio público una actividad de la cual no puede despegarse sin sufrir abstinencia tendría que invertir aquello que lo mantiene adherido a su puesto para lograr acabar con su adicción y devolverle al pueblo argentino lo que le ha quitado. Así Argentina se volvería una república más justa, así habría una verdadera “democratización” de la justicia.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario