sábado, 29 de diciembre de 2012

A man for all seasons

Redactores del diario El Intransigente eligieron a Alfredo Horacio Olmedo como personaje del año y le dedicaron un artículo en el que justifican su decisión. Ese texto circula entre polaridades bien definidas que en Olmedo parecen deshilacharse: Olmedo mezcla ideas clásicas con el show bussines, es apoyado por obreros y también por finqueros, no es un académico y sin embargo interpreta al mundo mucho mejor de lo que lo hacen muchos propietarios de títulos de universidades extranjeras, defiende a la familia pero se lo ha vinculado sentimentalmente con vedettes como Rocío Marengo.

De todos modos lo más interesante del artículo es este pasaje:

Es el mismo Olmedo que cada campaña regala automóviles, motos y electrodomésticos, que hace cantar a Pimpinela y bailar con la música del Grupo Ráfaga, que no tiene un equipo sólido de asesores sino que parece actuar más por intuición que por especulación; el mismo que reconoce que “Mi único líder es Dios y mis únicos referentes San Martín, Güemes y Belgrano”, lo que contribuye a que no sea fácil encuadrarlo en una postura política definida.

Dios como líder, y Belgrano, Güemes y San Martín como referentes. Creo que eso explica a la perfección por qué Olmedo es un personaje distinto en el seno de la política nacional.

Tener a Dios como líder no es una actitud teocrática, es lo más democrático que puede existir. Los seres humanos somos creaturas libres. La libertad significa que nadie puede obligarnos a arrodillarnos ante su presencia. No obstante ello no significa que seamos dueños absolutos de nuestro destino. Por encima de nosotros se puede decir que no hay nada y caer en el “todo vale” (enfrentándonos después a las consecuencias nefastas que el relativismo propone), o, por el contrario, se puede reconocer que el único poder legítimo que rige nuestras vidas es el de Dios. Dios es la fuente de la Bondad, de la Verdad y de la Belleza. Él no nos obliga a arrodillarnos, nosotros lo hacemos voluntariamente como gesto de reconocimiento de su grandeza.

Cristo es el Rey de Reyes. Se supone que todos los reyes son elegidos por Dios para materializar su reinado sobre el mundo. Un rey que se desvía de Dios pierde su poder y deviene tirano. Es obligación del pueblo el derrocar al tirano, aunque sea dejando la vida. Morir por Él vale la pena, morir por alguien más es un despropósito. Hoy en día escuchamos a muchos imberbes autodenominarse “soldados de Cristina”. Un soldado es alguien dispuesto a dar la vida, ¿acaso vale la pena morir por Cristina? ¿Vale la pena morir por una “abogada exitosa” que promueve la decadencia social y el fraticidio? ¿Vale la pena morir por una mujer que niega a Dios y se coloca ella en su lugar? Sólo de Cristo se puede ser soldado, pues sólo Él puede capitanearnos por las causas justas.

Belgrano, Güemes y San Martín fueron capitanes de la Justicia en la Argentina. La noche del cacerolazo de noviembre, una periodista de 678 increpaba a los manifestantes con la pregunta “¿quién te representa?”, ya que su estrategia para acallar la indignación consistía en remarcarle al ciudadano que se quejaba que en lugar de salir a las calles a protestar le correspondía –de acuerdo a su visión pervertida de la democracia– solicitarle a la oposición partidocrática que propongan un candidato, hacerlo vencer en las elecciones y obligarlo después a construir el país en el que quieren vivir. Pero la pregunta no toleraba la respuesta más elemental: "me representa Belgrano", "me representa Güemes", "me representa San Martín". ¿Pueden ellos gobernar? Sería lo óptimo, pero, lamentablemente, llevan fallecidos más de un siglo. ¿Entonces? Entonces necesitamos gobernantes que en lugar de destruir la obra de esos próceres la honren, y que en lugar de vituperar y tergiversar sus valores e ideales, los vivifiquen.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La firma retenida, la honestidad salvada

Esta semana se conoció la noticia de que un grupo de 107 diputados nacionales firmaron un documento en el que se manifiestan públicamente en contra de una nueva reelección de Cristina Kirchner y se comprometen a hacer todo lo políticamente posible para abortarla. Entre quienes adhieren a esta proclama hay miembros de los bloques de la Unión Cívica Radical, del PRO, del Frente Amplio Progresista, del peronismo disidente, es decir un nutrido grupo de opositores.

Alfredo Olmedo, identificado por la prensa como un opositor, no firmó el documento. Tal decisión es, por supuesto, brillantemente coherente con su posición de defensa de la patria. Para decirlo brevemente: Olmedo no es un político oficialista ni tampoco es un político opositor, él es, ante todo, un argentino político.

El propio Olmedo sostuvo que está en contra de la eternización de un gobernante. Eso es, precisamente, lo que lo exime de tener que prestar su firma para el mentado documento.

En nuestro país las autoridades deben renovarse, eso es algo básico que se enseña en las clases de formación ciudadana en la escuela secundaria. Todo argentino de buena fe sabe que el intento reeleccionista de Cristina Kirchner es una falta de respeto a la ciudadanía, no hace falta salir a anunciarlo con un megáfono para que la gente se entere de ello. Entonces, ¿para qué la escenificación de un documento de repudio a la reelección de la Presidente? ¿De qué sirve un acta de esas características? La respuesta es bastante sencilla: quienes firmaron la carta de repudio a la reelección que los perjudica son los mismos que estarían dispuestos a apoyar una reelección que los favoreciese.

Esa es la diferencia entre la corporación política argentina y el argentino político Alfredo Olmedo: ellos, oficialistas y opositores, son de la misma calaña, en cambio Olmedo es diferente. A la corporación política argentina sólo les interesan sus intereses, no los del pueblo argentino. Hoy sienten la necesidad de marcar una línea divisoria, para que el ciudadano poco informado crea que frente al poder actual hay una alternativa, pero en el fondo son todos lo mismo. Así lo manifestaron, por ejemplo, cuando los hambreados gendarmes y prefectos se organizaron para reclamar por sus salarios, y presurosamente salieron todos a pedir que “se respete la democracia”, mientras Alfredo Olmedo, por el contrario, se mostraba solidario con los huelguistas. Aterrados de que se produjese una escalada de reclamos en el seno de las Fuerzas de Defensa y de las Fuerzas de Seguridad y se les escapase de sus manos la gallina de huevos de oro que ostentan desde sus bancas, todos estos impresentables levantaron la voz ante un grupo de trabajadores que tan sólo pedían que se les diera aquello que les corresponde.

Firmar un papel para comprometerse a hacer lo que no se debe hacer es como que un médico diga que no abortará a un niño, que un policía diga que no va a entongarse con los delincuentes o que un futbolista diga que no irá a menos en un partido a cambio de un soborno. Es algo redundante, pues se entiende que la mera investidura de médico, policía o futbolista presupone el rechazo automático de ese tipo de acciones. Quien las lleva a cabo, simplemente, es un mal médico, un mal policía o un mal futbolista. Del mismo modo, el cargo de diputado presupone la imposibilidad de apoyar la reelección de Cristina Kirchner, no hay ninguna necesidad de andar haciendo un circo de algo que es una obligación de quien se maneja con la honestidad.

Alfredo Olmedo no debe aprender de los políticos, los políticos deben aprender de Alfredo Olmedo. O mejor, los políticos (oficialistas y opositores) deben volver al secundario, rendir formación ciudadana y admitir que lo suyo no es más que la bajeza de los miserables.