martes, 30 de julio de 2013

Basta de odio gay

Una guerra que recién comienza

Quienes nos opusimos a la sanción de la ley que habilitaba el matrimonio entre homosexuales lo hicimos convencidos de que ello no era una guerra sino apenas una batalla. En aquel entonces sabíamos que permitir esa aberración era el primer paso para permitir muchas otras aberraciones complementarias: adulteración de documentos oficiales con la excusa del “cambio de género”, adoctrinamiento pervertidor en las escuelas, alquiler y venta de seres humanos, persecución ante quienes hablan con la verdad, y muchas otras cosas más.

La guerra de la que hablo enfrenta, de un lado, al ciudadano común que sólo quiere trabajar, amar y ser feliz junto a su familia, y, del otro, al lobby gay que busca impedir el bienestar de la gente común para satisfacer así su odio y calmar su resentimiento.

Homosexuales y gays

Hay que distinguir entre el homosexual y el gay. Un homosexual es una persona que tiene una inclinación sexual antinatural, alguien que introduce cosas en su cuerpo allí por donde deberían expulsarse. Si un homosexual afirma que una persona de otro sexo no lo atrae físicamente, ello no valida ni justifica la aberración, vale decir si una persona no siente deseo sexual por otra persona debido a no ser del mismo sexo, eso no significa que la homosexualidad esté bien o que sea algo natural. Significa, por el contrario, que esa persona está enferma, pero no lo está como alguien que padece de gripe sino más bien como alguien que es adicto a las drogas. El homosexual (al igual que el drogadicto) puede curarse, simplemente, resistiendo a lo que lo tienta.

Ahora bien, el caso del gay es diferente. El gay es un homosexual que ha convertido a su enfermedad en una ideología política. El gay, normalmente, es una persona que siente que se ha defraudado a si mismo y que ha defraudado a todos los demás por padecer de la inclinación sexual desviada, y, en lugar de dedicarse a la resistencia y a la renuncia al monstruo de la homosexualidad, como su espíritu es débil opta por celebrar aquello que debería avergonzarlo. El gay no es como un calvo que simplemente se resigna a vivir sin pelo, el gay es alguien que busca que los demás lo reconozcan como un ser superior y pretende que todos ejerciten la homosexualidad de un modo u otro, humillando así a quienes creen que los han humillado.

La plaga del arcoiris

El movimiento gay o LGBT –lo que yo llamo “elegebetismo”– es la expresión radicalizada del libertarianismo: un condensado ideológico en el que confluyen lo peor de la izquierda y de la derecha. En efecto, el libertarianismo es la fusión de la derecha económica (capitalismo salvaje, consumismo y desigualdad económica) y la izquierda social (progresismo, exaltación de las minorías e igualitarismo cultural), pensado para imponer un sistema que vomite pan y circo a nivel global: una cultura estandarizada que no sólo no admite barreras de ningún tipo –como las nacionales, religiosas o morales–, sino que además procura erosionarlas.    

Bandera del lobby gay
El elegebetismo funciona como un mesianismo de minorías, que enseña a sus adherentes a percibirse como portadores del fuego de la “sagrada libertad individual” -que, en realidad, no es más que un eufemismo para el libertinaje. Su propósito es lograr la ovación unánime por convertir al sexo (y me refiero solamente al acto sexual) en una actitud de vida, y colocarlo como epicentro del debate sociopolítico actual: el mundo, la sociedad y la historia tienen sentido para los gays si pueden ser vistos desde la escotilla de popa. 

Precisamente allí reside la repugnancia instintiva que el circo elegebetista causa en la mayoría de la población: no es lo que dos hombres o dos mujeres hacen en una cama lo que es repelente, sino que aquello que provoca indignación es la confirmación de que tanto hedonismo es propio de desequilibrados mentales, de gente obsesionada con el sexo, de adictos que no pueden curar el mal que los aqueja.    

Decía Nietzsche que aquel que no conoce nada mejor en la tierra que la satisfacción de sus instintos tiene el alma llena de barro. En ninguna civilización, durante ningún momento de la historia, el sexo ha tenido una presencia menor que la que su importancia exige. Pero tampoco nunca antes se lo ha situado tan alto como ahora, pues siempre ha habido algo más importante en lo que pensar. Al colocar el sexo como Alfa y Omega de la ambición humana, el elegebetismo es sintomático del tipo de civilización que es la nuestra.  

El Papa Francisco: Apóstol del Orden

Reconforta que Su Santidad Francisco decida tomar al toro por las astas. El elegebetismo encubre su agenda con la bandera de los Derechos Humanos. Por tanto ir en contra del mismo pareciera convertirlo a uno en un potencial “genocida”. Pero no es así. Los Derechos Humanos no tienen por objetivo crear una sociedad atomizada en donde cada cuál persigue únicamente su interés, eso es sólo una interpretación pervertida que hacen precisamente aquellos quienes quieren que los vínculos sociales se fracturen para que quede en pie solamente el vínculo del dinero.

En el avión que unía Brasil con Italia, Francisco habló el domingo sobre el lobby gay que se expande globalmente y que hasta ha llegado a infiltrarse en la Iglesia Católica. Allí dijo lo que todo católico sabe y practica: no es el pecador quien debe ser rechazado sino el pecado, o, lo que es lo mismo, no es la práctica de la homosexualidad el problema social (pues ello sólo es un problema que cada individuo debe enfrentar en su fuero íntimo) sino el elegebetismo.

Los elegebetistas locales opinaron sobre lo que dijo el Papa y, como siempre, sólo dejaron en evidencia que además de pecar sin reflexionar sobre ello en la esfera privada su principal preocupación es convertir en pecadores a los demás, o sea su tarea consiste en llevar a cabo la obra del Maligno.

El lobbysta Alex Freyre, validando aquel dicho que dice que “el ladrón ve a todos de su condición”, acusó al Papa de ser él un lobbysta por estar en contra suyo. Semejante sandez me hace acordar a algo que leí en un portal salteño de opinión, en el que criticaban a Monseñor Dante Bernacki por decir que la profanadora ONG Greenpeace “responde a intereses internacionales y tiene claras connotaciones políticas”. El opinólogo salteño señalaba que la Iglesia Católica –que, según su punto de vista, se las da de nacional y apolítica– también es internacionalista y política como Greenpeace, cuando lo cierto es que es universalista y metapolítica, pues es la única institución que no es liderada por los hombres sino por Dios. Francisco, Vicario de Dios en la Tierra, está trabajando por recuperar ese orden.

El grano de arena

¿Qué podemos hacer los argentinos ante la plaga global del arcoiris? Creo yo que lo mejor es acompañar a nuestro compatriota Francisco y vivir buscando a Dios, como nos enseñó nuestro amigo Jesucristo.

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