Una
guerra que recién comienza
Quienes nos opusimos a la sanción de la ley
que habilitaba el matrimonio entre homosexuales lo hicimos convencidos de que ello
no era una guerra sino apenas una batalla. En aquel entonces sabíamos que
permitir esa aberración era el primer paso para permitir muchas otras
aberraciones complementarias: adulteración de documentos oficiales con la excusa del “cambio de género”, adoctrinamiento pervertidor en las escuelas, alquiler y venta de seres humanos, persecución ante quienes hablan con la verdad, y
muchas otras cosas más.
La guerra de la que hablo enfrenta, de un
lado, al ciudadano común que sólo quiere trabajar, amar y ser feliz junto a su
familia, y, del otro, al lobby gay que busca impedir el bienestar de la gente
común para satisfacer así su odio y calmar su resentimiento.
Homosexuales
y gays
Hay que distinguir entre el homosexual y el
gay. Un homosexual es una persona que tiene una inclinación sexual antinatural,
alguien que introduce cosas en su cuerpo allí por donde deberían expulsarse. Si
un homosexual afirma que una persona de otro sexo no lo atrae físicamente, ello
no valida ni justifica la aberración, vale decir si una persona no siente deseo
sexual por otra persona debido a no ser del mismo sexo, eso no significa que la
homosexualidad esté bien o que sea algo natural. Significa, por el contrario,
que esa persona está enferma, pero no lo está como alguien que padece de gripe
sino más bien como alguien que es adicto a las drogas. El homosexual (al igual
que el drogadicto) puede curarse, simplemente, resistiendo a lo que lo tienta.
Ahora bien, el caso del gay es diferente. El
gay es un homosexual que ha convertido a su enfermedad en una ideología política.
El gay, normalmente, es una persona que siente que se ha defraudado a si mismo
y que ha defraudado a todos los demás por padecer de la inclinación sexual
desviada, y, en lugar de dedicarse a la resistencia y a la renuncia al monstruo
de la homosexualidad, como su espíritu es débil opta por celebrar aquello que debería avergonzarlo. El
gay no es como un calvo que simplemente se resigna a vivir sin pelo, el gay es
alguien que busca que los demás lo reconozcan como un ser superior y pretende
que todos ejerciten la homosexualidad de un modo u otro, humillando así a
quienes creen que los han humillado.
La
plaga del arcoiris
El movimiento gay o LGBT –lo que yo llamo “elegebetismo”–
es la expresión radicalizada del libertarianismo: un condensado ideológico en
el que confluyen lo peor de la izquierda y de la derecha. En efecto, el
libertarianismo es la fusión de la derecha económica (capitalismo salvaje,
consumismo y desigualdad económica) y la izquierda social (progresismo,
exaltación de las minorías e igualitarismo cultural), pensado para imponer un
sistema que vomite pan y circo a nivel global: una cultura estandarizada que no
sólo no admite barreras de ningún tipo –como las nacionales, religiosas o morales–,
sino que además procura erosionarlas.
Bandera del lobby gay |
El elegebetismo funciona como un mesianismo de
minorías, que enseña a sus adherentes a percibirse como portadores del fuego de
la “sagrada libertad individual” -que, en realidad, no es más que un eufemismo para el libertinaje. Su
propósito es lograr la ovación unánime por convertir al sexo (y me refiero solamente
al acto sexual) en una actitud de vida, y colocarlo como epicentro del debate
sociopolítico actual: el mundo, la sociedad y la historia tienen sentido para
los gays si pueden ser vistos desde la escotilla de popa.
Precisamente allí
reside la repugnancia instintiva que el circo elegebetista causa en la mayoría
de la población: no es lo que dos hombres o dos mujeres hacen en una cama lo
que es repelente, sino que aquello que provoca indignación es la confirmación
de que tanto hedonismo es propio de desequilibrados mentales, de gente
obsesionada con el sexo, de adictos que no pueden curar el mal que los aqueja.
Decía Nietzsche que aquel que no conoce nada
mejor en la tierra que la satisfacción de sus instintos tiene el alma llena de
barro. En ninguna civilización, durante ningún momento de la historia, el sexo
ha tenido una presencia menor que la que su importancia exige. Pero tampoco
nunca antes se lo ha situado tan alto como ahora, pues siempre ha habido algo más
importante en lo que pensar. Al colocar el sexo como Alfa y Omega de la ambición
humana, el elegebetismo es sintomático del tipo de civilización que es la
nuestra.
El Papa
Francisco: Apóstol del Orden
Reconforta que Su Santidad Francisco decida
tomar al toro por las astas. El elegebetismo encubre su agenda con la bandera
de los Derechos Humanos. Por tanto ir en contra del mismo pareciera convertirlo
a uno en un potencial “genocida”. Pero no es así. Los Derechos Humanos no
tienen por objetivo crear una sociedad atomizada en donde cada cuál persigue únicamente
su interés, eso es sólo una interpretación pervertida que hacen precisamente
aquellos quienes quieren que los vínculos sociales se fracturen para que quede
en pie solamente el vínculo del dinero.
En el avión que unía Brasil con Italia,
Francisco habló el domingo sobre el lobby gay que se expande globalmente y que hasta ha
llegado a infiltrarse en la Iglesia
Católica. Allí dijo lo que todo católico sabe y practica: no
es el pecador quien debe ser rechazado sino el pecado, o, lo que es lo mismo,
no es la práctica de la homosexualidad el problema social (pues ello sólo es un
problema que cada individuo debe enfrentar en su fuero íntimo) sino el
elegebetismo.
Los elegebetistas locales opinaron sobre lo que dijo el Papa y, como siempre, sólo dejaron en evidencia que además de pecar sin reflexionar sobre ello en la esfera privada su principal preocupación es convertir en
pecadores a los demás, o sea su tarea consiste en llevar a cabo la obra del
Maligno.
El lobbysta Alex Freyre, validando aquel dicho
que dice que “el ladrón ve a todos de su condición”, acusó al Papa de ser él un
lobbysta por estar en contra suyo. Semejante sandez me hace acordar a algo que
leí en un portal salteño de opinión, en el que criticaban a Monseñor Dante
Bernacki por decir que la profanadora ONG Greenpeace “responde a intereses internacionales y tiene
claras connotaciones políticas”. El opinólogo salteño señalaba que la Iglesia Católica –que, según su
punto de vista, se las da de nacional y apolítica– también es internacionalista
y política como Greenpeace, cuando lo cierto es que es universalista y metapolítica,
pues es la única institución que no es liderada por los hombres sino por Dios.
Francisco, Vicario de Dios en la
Tierra , está trabajando por recuperar ese orden.
El
grano de arena
¿Qué podemos hacer los argentinos ante la
plaga global del arcoiris? Creo yo que lo mejor es acompañar a nuestro compatriota
Francisco y vivir buscando a Dios, como nos enseñó nuestro amigo Jesucristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario