jueves, 13 de marzo de 2014

Un año


Hoy, 13 de marzo, se cumple el primer aniversario de Francisco como Arzobispo de Roma. Ciertamente la transformación del Padre Jorge Bergoglio en Sumo Pontífice de la cristiandad significó para muchos una grata sorpresa, ya que ese hecho no sólo contribuyó a ubicar a la América Hispánica en el centro de la escena global, sino que también sirvió para mostrarle al mundo un estilo pastoral que, antes de Francisco, resultaba inaudito para un Papa. En la Argentina todo ello fue motivo de orgullo, pese a que, inicialmente, no faltaron quienes se ocuparon de denostar al sacerdote, acusándolo falsamente de haber sido un colaboracionista con los militares que combatieron a la guerrilla de la década de 1970. 

Pero más allá de los veletas kirchneristas que esputaron su odio anticristiano contra el Papa sólo para guardárselo después en donde habitualmente no les pega el sol, hubo otro tipo de argentinos que criticó y sigue criticando a Francisco. Me refiero, claro, a los tradicionalistas y a los liberacionistas. Para ilustrarlo, tomaré un ejemplo de cada uno: Antonio Caponetto como representante de los primeros, y Rubén Dri como representante de los segundos. 

Cuando Bergoglio se convirtió en Francisco, Caponetto escribió:
Haga lo que hiciere a partir de este momento el Papa Francisco —y esperamos que todo lo santo y sabio sepa hacer— es imposible omitir o ignorar que el hombre que acaba de llegar a la silla petrina arrastra concretos, abultados y probadísimos antecedentes que lo sindican como un enemigo de la Tradición Católica, un propulsor obsesivo de la herejía judeocristiana, un perseguidor de la ortodoxia y un adherente activo a todas las formas de sincretismo, irenismo y pseudoecumenismo crecidas al calor de la llamada mentalidad posconciliar.
En las mismas circunstancias, Dri escribió
Lo que importa no es a qué país o continente pertenezca el Papa, sino cuál es el proyecto de Iglesia con el que llega al Vaticano y en ese sentido, la elección de Bergoglio no significa otra cosa que la legitimación de la Iglesia sacerdotal del poder que conocemos, realizada desde el tercer mundo. Es como la legitimación de la dominación que realiza el mismo dominado, fenómeno de sobra conocido.
Ahora, cuando ya han transcurrido doce meses desde que aquello fuese vertido al papel, ni Caponetto ni Dri ven con buenos ojos a Francisco. Uno lo acusa de ser poco tradicional y el otro lo acusa de no haber liberado lo suficiente. Sin embargo tanto Caponetto como Dri son dos católicos que, como los demás tradicionalistas y liberacionistas, comprenden que sus miradas y sus experiencias sobre la Iglesia, la religión y la política no son las del pueblo, sino sólo las de una fracción de él. El pueblo, el argentino de a pie que vive el catolicismo sin preocuparse demasiado de lo que hace enfurecer a Caponetto o a Dri, está más cerca de Francisco que los tradicionalistas y los liberacionistas. Y esa gente se ha convertido en un botín politiquero. 

Carlos Pagni, desde La Nación, señala precisamente esto del Oficialismo y de la Oposición intentando acercarse al Papa sin reprocharle nada: 
Bergoglio recomienda a los argentinos que lo visitan "ayudar a la Presidenta". Como si fuera una consecuencia de ese axioma, todavía no recibió a Hugo Moyano ni a Massa. El único que no entendió el mensaje es Eduardo Duhalde, mentor de Daniel Scioli, que regresó a Buenos Aires anunciando el apocalipsis. Algunos peregrinos creen que el Papa bendice a un candidato. Pero, antes que un sujeto, ese candidato es una agenda. En el año transcurrido, Bergoglio tomó dos iniciativas contundentes. A través del rector de la UCA, Víctor Fernández, bloqueó la reforma del Código Civil, que contrariaba la bioética católica. Y, por medio de la Conferencia Episcopal, abrió el debate sobre el narcotráfico. Perplejo, el Gobierno intentó neutralizarlo con el recurso casi infantil de poner la Sedronar en manos de un curita. 
Bergoglio procura cooperar con la Presidenta. Pero el daño que le ha hecho es involuntario, sutil e irreparable. El kirchnerismo basó siempre su dominio en una polarización entre "ellos" y "nosotros". Pero la corriente emocional que desató la elección del nuevo papa desbarató esa clasificación. Formó otro conjunto. Otro "ellos", otro "nosotros". E hizo colapsar una fuente de poder.
Creo que Pagni acierta al destacar que Francisco -para evitar más confrontación y distanciamiento en la sociedad argentina en tiempos del kirchnerismo- ha sido paciente y amistoso con el Oficialismo, mientras que, en simultáneo, ha aprovechado para utilizar a los Obispos con el fin de enviar un mensaje político claro en contra del gobierno actual. 

El problema, creo yo, es que la Oposición no ha recogido ni ha asumido lo que Francisco dice. Esto lo ejemplifica, entre otras cosas, algo que señalé hace poco: Massa, el ahora gran antagonista del régimen K, embistió en contra de la reforma abolicionista del Código Penal Argentino pero poco hizo para cuestionar el Código Civil Argentino materialista que propone la misma fuente. Y la intensa discusión sobre el narcotráfico que hoy en día se desarrolla en nuestro país no se inició a partir de lo que indicó en su momento la Conferencia Episcopal Argentina, sino que es fruto más bien de la narcoviolencia que estalló en donde se pensaba que nunca estallaría.

Por eso, en el primer aniversario de Francisco como Papa, se ha vuelto bastante obvio que Argentina necesita de argentinos que sepan materializar políticamente su mensaje de paz, solidaridad y fraternidad. Una gran Alianza sería el mejor camino

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