Hay que comenzar señalando lo
obvio: lo gratuito no existe, pues alguien siempre termina pagando por lo que
se cree que no tiene ningún costo. Sin embargo esta circunstancia no implica
necesariamente que todo tiene que tener una tarifa explicitada. No es malo
hacer regalos, lo único es que hay que tener en cuenta quienes son los
destinatarios de dichos regalos.
En Salta sólo los policías
viajaban gratis en colectivo. No hay ninguna ordenanza o ley que estipule ello;
las empresas de transporte les otorgaban ese privilegio como un reconocimiento
por su labor en defensa de la comunidad. A los policías ahora se les sumaron los estudiantes y los jubilados como beneficiarios de los boletos gratuitos de colectivo. ¿Por qué? Pues porque necesitan desplazarse de un lugar de la ciudad
a otro y suelen ser gente con recursos más bien limitados (los jóvenes porque,
en nuestro país, tienen prohibido trabajar y juntar su propio dinero, y los
ancianos porque se los castiga recortándoles los sueldos).
En lo personal estoy de acuerdo
con que policías, jubilados y jóvenes viajen gratis en colectivo, aunque creo
que el beneficio no debería extenderse a los estudiantes superiores ni a los alumnos
del secundario que traspasen los 18 años, pues quienes integran esos grupos ya
son económicamente activos, o sea ya pueden trabajar. En Argentina ser
estudiante terciario o universitario es ridículamente sencillo: con ir hasta
una universidad o a un terciario público a principio de año llevando un par de
fotocopias y un formulario, ya se está adentro del sistema educativo superior.
Así de fácil es (salvo, claro, por unos pocos lugares en los que se exige un
examen de ingreso –lo cual, dicho sea de paso, debería ser la norma para todas
las universidades y los terciarios, y no la excepción extraordinaria como
actualmente es–). De allí que prácticamente cualquier persona puede inscribirse
en alguna institución de educación superior, obtener una constancia de que lo
ha hecho, hacer los trámites correspondientes y no volver a pagar nunca más un
boleto de colectivo. Por ello es claro que resulta demagógico incluir en el
proyecto de boletos gratuitos a los estudiantes de más de 18 años: es un regalo
que no merecen, es un mal uso del dinero del Estado.
Lo que también termina siendo
demagógico es lo que hicieron los concejales isistas en la ciudad de Salta. Al
extender el boleto de colectivo gratuito a los miembros del grupo de adictos en
recuperación y de mujeres embarazadas sin obra social, se está cargando sobre
las espaldas del trabajador (pues el dinero público en Argentina proviene de
allí, ya que la industria escasea) a los parias de la sociedad.
Ciertamente un drogadicto que
intenta dejar la vida destructiva en la que voluntariamente se metió y una
mujer que no supo cerrar las piernas a tiempo para no sumar más pesares a su
vida merecen compasión. Pero todavía no entiendo por qué deben recibir
privilegios. En un país donde el trabajador no llega a fin de mes, resulta
chocante que el lumpenproletariado –que, a diferencia del joven estudiante o
del jubilado, a la sociedad puede retribuirle entre poco y nada– goce de un
beneficio que a más de un asalariado le gustaría gozar para aliviar un poco su
castigado bolsillo.
Pero los y las pobres infelices
que se drogan o que se embarazan sin tener recursos para darles de comer a sus
hijos no son culpables de esta situación injusta; quienes en verdad tienen la culpa de todo esto son -como no podía ser de otro modo- nuestros políticos salteños. La postura del isismo es parte de
la campaña electoral del Intendente de Salta, quien, consciente de su baja
popularidad, ha empezado a otorgar dádivas a diestra y siniestra, sumando a sus
equipos a gente de los más variados perfiles, con la intención particular de
conquistar el voto de los huérfanos espirituales de la provincia, los cuales –tras tantos años de gobiernos promotores de la decadencia– conforman la porción más
amplia del electorado local. Isa sabe que el trabajador salteño no lo va a
votar, entonces, deliberadamente, se ha puesto en su contra ejerciendo la más
vergonzosa demagogia.
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