lunes, 30 de junio de 2014

El Papa Francisco habla sobre la corrupción y la pobreza


En una entrevista a Il Messaggero, el Papa Francisco vertió algunos conceptos que, creo yo, es bueno retener.

Política
- ¿Existe una jerarquía de valores que respetar en la gestión de la cosa pública? 
Cierto. Tutelar siempre el bien común. La vocación para cualquier político es esta. Un concepto amplio que incluye, por ejemplo, la custodia de la vida humana, su dignidad. Pablo VI solía decir que la misión de la política es una de las formas más altas de caridad. Hoy el problema de la política – no hablo solo de Italia sino de todos los países, el problema es mundial – es que se ha desvalorizado, arruinada por la corrupción, por el fenómeno de las coimas. Me viene a la mente un documento que publicaron los obispos franceses hace 15 años. Era una carta pastoral que se titulaba: "Rehabilitar la política", y afrontaba precisamente este argumento. Si no hay servicio en la base, tampoco se puede entender la identidad de la política. 
- Usted ha dicho que la corrupción huele a podrido. Ha dicho que la corrupción social es fruto de un corazón enfermo y no sólo de condiciones externas. No habría corrupción sin corazones corrompidos. El corrupto no tiene amigos sino idiotas útiles. ¿Nos lo explica mejor? 
Hablé dos días seguidos de este argumento porque comentaba la lectura de la Viña de Nabot. A mi me gusta hablar de las lecturas del día. El primer día afronté la fenomenología de la corrupción, el segundo día de cómo acaban los corruptos. El corrupto, en todo caso, no tiene amigos, sólo tiene cómplices. 
- Según usted ¿se habla tanto de la corrupción porque los mass media insisten demasiado en el argumento, o porque de hecho se trata efectivamente se trata de un mal endémico y grave? 
No, por desgracia es un fenómeno mundial. Hay jefes de Estado en la cárcel precisamente por eso. Me he preguntado mucho, y he llegado a la conclusión de que muchos males aumentan sobre todo durante los cambios de época. Estamos viviendo no tanto en una época de cambios, sino en un cambio de época. Y por tanto se trata de un cambio de cultura; precisamente en esta fase emergen cosas de este tipo. El cambio de época alimenta la decadencia moral, no solo en la política, sino en la vida financiera o social. 
- Tampoco los cristianos parecen brillar por su testimonio... 
Es el ambiente el que facilita la corrupción. No digo que todos sean corruptos, pero creo que es difícil permanecer honrado en la política. Hablo de todo el mundo, no de Italia. Pienso también en otros casos. A veces hay personas que querrían hacer las cosas claras, pero se encuentran en dificultad y es como si fueran fagocitadas por un fenómeno endémico, a varios niveles, transversal. No porque sea la naturaleza de la política, sino porque en un cambio de época las presiones hacia una cierta deriva moral se hacen más fuertes.
Me parecen muy sabias estas palabras, porque resultan ser una lectura muy lúcida de la política contemporánea. Hoy en día, lamentablemente, la norma del político es ser corrupto y la excepción es no serlo. El político corrompido deja de tutelar el bien común, y, además de obstaculizar el desarrollo humano de la mayoría, termina directamente impidiéndolo, promoviendo lo aberrante como al atentar contra la dignidad humana legislando a favor del aborto, de la despenalización de las drogas o de la destrucción de la familia. 

Pobreza
- ¿A usted le asusta más la pobreza moral o material de una ciudad? 
Me asustan ambas. A un hambriento, por ejemplo, puedo ayudarlo a que no tenga más hambre, pero si ha perdido el trabajo y no encuentra ocupación, tiene que ver con otra pobreza. Ya no tiene dignidad. Quizás pueda ir a Caritas y traerse a casa un paquete de comida, pero experimenta una pobreza gravísima que arruina el corazón. Un obispo auxiliar de Roma me ha contado que muchas personas van a los comedores y a escondidas, llenos de vergüenza, se llevan a casa comida. Su dignidad se ve progresivamente depauperada, viven en un estado de postración. 
- ¿El Evangelio habla más a los pobres o a los ricos para que se conviertan? 
La pobreza está en el centro del Evangelio. No se puede entender el Evangelio sin entender la pobreza real, teniendo en cuenta que existe también una pobreza bellísima del espíritu: ser pobre ante Dios porque Dios te llena. El Evangelio se dirige indistintamente a los pobres y a los ricos. Y habla tanto de pobreza como de riqueza. No condena de hecho a los ricos, si acaso a las riquezas cuando son idolatradas. El dios dinero, el becerro de oro. 
- Usted pasa por ser un Papa comunista, pauperista, populista. The Economist, que le ha dedicado una portada, afirma que habla como Lenin. ¿Se reconoce en estos modelos? 
Yo digo solo que los comunistas nos han robado la bandera. La bandera de los pobres es cristiana. La pobreza están en el centro del Evangelio. Los pobres están en el centro del Evangelio. Tomemos Mateo 25, el protocolo sobre el que seremos juzgados: tuve hambre, tuve sed, estuve en la cárcel, estaba enfermo, desnudo. O miremos a las Bienaventuranzas, otra bandera. Los comunistas dicen que todo esto es comunista. Sí, como no, veinte siglos después. Así que cuando hablan, se les podría decir: pero vosotros sois cristianos (se ríe).
Este discurso sobre la pobreza tiene -como bien dice el Papa- veinte siglos de existencia y ha sido siempre el que ha defendido y promulgado la Iglesia Católica. Existe una pobreza penosa y agobiante que es la miseria material, el no tener para comer, el tener que vivir de las dádivas del César o del amor de otros cristianos. Es la pobreza de, por ejemplo, nuestros beneficiarios de planes sociales. 

Por otro lado, a esa persona en la miseria que tiene que vivir dependiendo de los demás se le empobrece el espíritu, y allí cuando le toca denunciar, calla. Entonces deja que el puntero político, el joven "militante" y otra escoria política le marquen el camino. Se pierde para Dios, y cree reencontrarlo en el César. Entonces termina dándole al César lo que es suyo y lo que es de Dios.  

Ahora bien, frente a esa pobreza que es sinónimo de miseria material y maltrato espiritual, está la pobreza entendida como humildad. Humilde es el que puede aplastarle la cabeza al otro y decide no hacerlo, humilde es el que ve en el dinero un medio y no un fin para ser feliz. Este tipo de pobre es el que entra en política para rescatar a su hermano de la miseria material y del maltrato espiritual al que lo somete aquel idólatra del Becerro de Oro. Así, en ese acto político, el César recibe lo que es del César, y Dios puede volver a recibir lo que es de Dios.

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