Olmedo, en Mar del Plata, lanzó una campaña para promocionar la castración de los violadores. Sin embargo aparecieron
voces para repudiar la propuesta. Revisemos sus argumentos:
1. La castración en seres humanos
es algo insólito y absurdo (aunque está perfecto que se castren animales).
La castración es algo que sucede
todo el tiempo entre las personas. El cáncer de próstata avanzado es un motivo
por el cual muchos médicos –a veces en contra de la voluntad del paciente–
realizan intervenciones quirúrgicas sobre los genitales masculinos con el propósito de salvar vidas. En este sentido la castración no es algo insólito ni absurdo.
También en nuestro país comienzan
a hacerse más frecuentes los casos de depravados que practican la apotemnofilia
con sus penes o testículos, y los casos de pervertidos que, convencidos de
padecer “disforia de género”, se mutilan ellos mismos (sería interesante hacer
un relevamiento nacional para dejar constancia que, en la Argentina que se ha
dejado pervertir por el elegebetismo, hay más aberrosexuales que antes
dispuestos a autoinfligirse tremendo daño). En este sentido la castración si es
insólita y absurda.
Castrar a seres humanos es algo
sano si es un acto ejecutado por una autoridad en favor de la persona, mientras
que es algo enfermo si la castración la realiza el propio aberrosexual con el
fin de obtener placer o de mitigar su sufrimiento por sentir confusión en torno
a su orientación sexual.
La castración de un violador,
creo yo, está más próxima a la salvación de la vida que hace el médico que a la
destrucción de la misma que hace el aberrado.
2. El violador castrado no cesa
jamás en su intención de violar, por lo que aún con sus genitales anulados seguirá
intentando hacer daño.
Esta afirmación es temeraria,
pues es difícil de probar. Desde el principio supone que el placer del violador
excede lo sexual. O sea un violador, al atacar a una víctima, no lo haría para
satisfacer su deseo sexual, sino que lo haría por hacer daño. Lo que disfruta un
violador –según este punto de vista– no es la gratificación genital, sino la
sensación de poder e impunidad que confiere el delito de la violación.
Quienes enuncian este tipo de
argumentos son las personas que no vacilan en tratar de “monstruos” a los
violadores. Y, al ser monstruos, ya no son humanos, por lo que no queda
posibilidad de redención para ellos. Entonces de allí es que castrar a un
violador no sea visto como una solución útil, y se proceda a pedir penas
mayores como la prisión de por vida o una visita al patíbulo.
El problema del argumento (1) es
que confiere demasiada dignidad a los seres humanos, e ignora que lo que juzga
como anómalo es, de hecho, algo común. El problema del argumento (2), en
cambio, es que despoja de toda humanidad a los hombres y los torna en
monstruos.
Ambos argumentos abrevan en la
misma fuente: la Cultura
es superior a la Naturaleza. El
argumento (1) es –con respecto al componente cultural de lo humano– demasiado
optimista, mientras que el argumento (2), por el contrario, es por demás
pesimista.
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