En 2001 Argentina vivió un
cataclismo. En la década anterior los argentinos, para intentar salir del pozo,
avalamos la destrucción del Estado. Esto, o sea la destrucción del Estado,
es algo que comenzó con la caída de Isabel Perón y continuó progresando hasta
alcanzar el colapso definitivo en aquel fatídico diciembre de 2001. Después le
siguió la “Década de la Nada”.
Desde 2001 Argentina intenta
supera esa crisis que puso a miles de compatriotas a hurgar la basura y que motivó
la migración de otros miles a países de Europa y Norteamérica. Para ello era
clave hacer dos cosas: normalizar la economía y fortalecer las instituciones
republicanas. Sin embargo, en los últimos diez años, ninguna de las dos cosas se hicieron, pues hoy en día
se padece tanto la inflación y el empleo de baja calidad como la corrupción y
el nepotismo. Lo que se hizo –en lugar de reconstruir el país– fue crear una
cortina de humo que buscaba sacar de quicio a los ciudadanos rectos y honestos favoreciendo
a los desviados y deshonestos, mientras por detrás la casta política saqueaba
al país y arrojaban migajas a diestra y siniestra para evitar el estallido
social. Dicho de un modo más simple: en lugar de volver a poner a la Argentina de pie, el
gobierno kirchnerista se ocupó de darle pan y circo a su población para que no
los molestasen mientras ellos destruían.
Pues bien, las fiestas, como
las mentiras, llegan siempre a su fin, porque no se puede vivir todo el tiempo
de fiesta (ni todo el tiempo bajo la mentira). Vivimos ahora el “fin de fiesta”
kirchnerista, en donde las mentiras día a día se hacen más evidentes. De allí,
creo yo, que muchos de los antaño “defensores del Modelo” hoy intenten volver a
gobernar sin un libreto escrito por papanatas como Zaffaroni, Kicillof, Forster
y otros habitúes de 678.
Así nos enteramos que Sergio Berni pide deportar delincuentes extranjeros que actúen en el país, Hugo Curto nos recuerda
que la homosexualidad es una enfermedad, Mario Ishii exige el retorno del
Servicio Militar Obligatorio, y Nelson Carvalho, un Intendente kirchnerista misionero,
puso en práctica la propuesta de Olmedo de establecer un límite horario para la presencia de los menores de edad en la vía pública a fin de disminuir el riesgo social de los jóvenes y mejorar
la seguridad en las calles.
Muchos interpretan lo de estos
sujetos como “un giro a la derecha del kirchnerismo”. Pero no es eso: es sólo
un retorno al sentido común.
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