domingo, 11 de mayo de 2014

Escuelas que no hacen escuela

Adultos imposibles

El Servicio Militar Obligatorio era visto en nuestro país como un ritual de iniciación. Entraban chicos a los cuarteles y salían hombres listos para ejercer la ciudadanía. Cuando eliminaron el SMO después de la muerte del conscripto Carrasco, la línea que en el imaginario social dividía a los chicos de los hombres quedó disuelta (esto fue así porque el trabajo, el otro factor que servía para generar madurez, fue destruido junto a la economía nacional). En la Argentina de hoy la adolescencia dura hasta entrados los cuarenta, por eso se les llama “jóvenes” a gente como Victoria Donda, que tiene 37 años, o a Pablo López, que tiene 39.

Vemos como a las escuelas las coloniza La Cámpora, al mismo tiempo en que se fija la edad para empezar a votar a los 16 años. Empero, por otro lado, a esos mismos chicos que militan y votan los vemos darse palizas entre si por motivos tan triviales como el ser feos o lindos, o los vemos criando hijos cuando aún no tienen edad legal para comprar alcohol o cigarrillos.

La Comunidad Educativa desencontrada

La idea de “comunidad educativa” remite al esfuerzo común que las familias y las escuelas realizan para formar ciudadanos decentes y productivos. El problema, hoy en día, es que todos los actores que forman esa comunidad viven en el desencuentro permanente: estudiantes que no son educados en sus casas por lo que difícilmente puedan ser instruidos en las escuelas, padres que por incapacidad o negligencia no se ocupan de sus hijos, y docentes que, además de pelearse entre ellos por cargos y cosas similares, tienen que tolerar a estudiantes irrespetuosos y a padres irresponsables. Un triángulo vicioso, sin dudas, que contribuye a enfermar de violencia a nuestra sociedad

En este escenario no es extraño que suceda cualquier cosa: padres y estudiantes que agreden a docentes, estudiantes que agreden a estudiantes, docentes que agreden a docentes, y hasta docentes que –al no poder devolverle la agresión a los estudiantes o a los padres– terminan llevando su agresión hacia el exterior de la comunidad educativa. De allí que no es extraño lo que pasó hace unos días con la violenta protesta de maestros ante la Legislatura Provincial, y que hizo decir al Diputado Provincial Carlos Zapata, con sobrada razón, que los docentes se comportan como un grupo faccioso que usa la amenaza y la extorsión para obtener privilegios, descuidando en esa acción su tarea de brindar educación de calidad a los jóvenes.  

Salvar la escuela

El modo de salvar a la escuela de su decadencia es reformándola. Hace falta recuperar el pacto entre padres y docentes, exigiéndole más a los docentes y más a los padres –exigiéndoles, en realidad, que cada uno cumpla con su rol, en lugar de pasarse esa responsabilidad entre si. Para ello, claro, es necesario recuperar a la familia, proceso que no se puede realizar con la velocidad que si es factible para reubicar al docente.

La escuela de hoy debe tener tres objetivos básicos: mejorar el rendimiento de los estudiantes para que después no se estrellen con las barreras naturales de la educación superior, evitar la enorme deserción escolar que semejante modificación de la estrategia educativa puede llegar a tener, y combatir las adicciones.

Hoy en día, más allá de los docentes que por la bronca acumulada se suman a las provocaciones destructivas del Partido Obrero, existe un nutrido grupo de maestros, profesores y directivos que, aisladamente, han sabido comprender la situación de sus alumnos y generar experiencias educativas exitosas. Gente que trabajó en contra del sistema y algo logró, pese al enorme interés que los poderes actuales tienen de que la educación fracase estrepitosamente (como lo prueban los vergonzosos resultados en las pruebas internacionales o el comportamiento desaforado de los jóvenes en las calles).  

Un camino hacia la libertad

Mientras el kirchnerismo siga en el poder, difícilmente ocurrirá algún cambio positivo en la educación, por lo que la tarea salvadora de nuestras escuelas es un proyecto a futuro, que tomará su tiempo completar.

Para que haya ciudadanos libres (en realidad para que dejen de haber rehenes de los políticos) se necesita educación. Esa educación, como está probado, no la dará la escuela, como tampoco la dará un mercado laboral parco en oportunidades. Ni la escolarización compulsiva sarmientina ni la educación por las cosas alberdiana pueden resolver la crisis actual. Pero allí donde Sarmiento y Alberdi fallan, es Roca quien puede darnos una pista: al fin y al cabo fue el presidente tucumano el que estableció el Servicio Militar Obligatorio.

Los peronistas bonaerense Mario Ishii, Alejandro Granados y Jesús Cariglino estuvieron de acuerdo en la necesidad de recuperar al SMO para contener a los “ni-ni”, debido a que, la mayoría de ellos, no tienen ningún respeto por la autoridad y ni reconocimiento de los límites, causándole grandes dolores de cabeza a las fuerzas de seguridad, a sus vecinos y, sobre todos, a sus propios padres, quienes –cuando se ocupan de ellos– se ven desbordados.   

Claudia Rafael, una periodista de izquierda, ha dicho que esta propuesta la hicieron los peronistas:
Con la convicción de que será el encierro, el castigo, las viejas prácticas del “corre-limpia-barre” lo que logrará “ponerlos en caja” o lo que permitirá que esos jóvenes “se enderecen” o “se hagan hombres”. Con la certeza –que tiene enorme predicamento en buena parte de la población– de que sólo se crece a través de la humillación y el desprecio.
Lo que esta mujercita llama “humillación y desprecio” es la instrucción militar, que consiste no sólo en desarrollar el cuerpo (muchos de los “ni-ni”, consumidos por el paco, parecen esqueletos que caminan) sino también en templar el espíritu, para poder vencer la lógica debilidad que experimenta un guerrero en el campo de batalla. Es decir lo que los progresistas de pacotillas –laburofóbicos todos ellos– consideran “vejatorio”, es nada más y nada menos que el arte de empujarse a uno mismo hasta el límite para retornar hecho más fuerte, listo para compartir fraternalmente con sus camaradas que han sufrido lo mismo, y para adquirir una perspectiva más realista del mundo.

José Javier de la Cuesta Ávila, un militar retirado, escribió:
[Pese a los cambios en el arte de la guerra] los cuarteles siguen siendo el alojamiento de los militares, y nunca serán reformatorios o internados de señoritas.
Y aquí este hombre tiene un punto sobre el que conviene discutir: si el SMO es para jóvenes que han cumplido los 18 años, ¿no es un poco tarde para la mayoría de ellos que ya han entrado al mundo de la droga o han sobrevivido los intentos de suicidio?

Julio Pereyra, Intendente de Florencio Varela por el Frente para la Victoria, sostuvo que habría que crear escuelas especiales en las que los jóvenes violentos sean vigilados y disciplinados al mismo tiempo en que son formados para que no devengan escoria social. Obviamente Pereyra tenía en mente una institución de tipo militar. Quizás, mientras esperamos que la educación se reencamine, se debería contemplar la idea de llevar una combinación de instrucción cívico-militar a los jóvenes más problemáticos, para que al crecer sientan más deseos de estar del lado argentino que del lado del narcotráfico, el robo o la violencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario