Adultos imposibles
El Servicio Militar Obligatorio
era visto en nuestro país como un ritual de iniciación. Entraban chicos a los
cuarteles y salían hombres listos para ejercer la ciudadanía. Cuando eliminaron
el SMO después de la muerte del conscripto Carrasco, la línea que en el
imaginario social dividía a los chicos de los hombres quedó disuelta (esto fue
así porque el trabajo, el otro factor que servía para generar madurez, fue
destruido junto a la economía nacional). En la Argentina de hoy la
adolescencia dura hasta entrados los cuarenta, por eso se les llama “jóvenes” a
gente como Victoria Donda, que tiene 37 años, o a Pablo López, que tiene 39.
Vemos como a las escuelas las
coloniza La Cámpora ,
al mismo tiempo en que se fija la edad para empezar a votar a los 16 años.
Empero, por otro lado, a esos mismos chicos que militan y votan los vemos darse
palizas entre si por motivos tan triviales como el ser feos o lindos, o los
vemos criando hijos cuando aún no tienen edad legal para comprar alcohol o
cigarrillos.
La idea de “comunidad educativa” remite
al esfuerzo común que las familias y las escuelas realizan para formar
ciudadanos decentes y productivos. El problema, hoy en día, es que todos los
actores que forman esa comunidad viven en el desencuentro permanente:
estudiantes que no son educados en sus casas por lo que difícilmente puedan ser
instruidos en las escuelas, padres que por incapacidad o negligencia no se
ocupan de sus hijos, y docentes que, además de pelearse entre ellos por cargos
y cosas similares, tienen que tolerar a estudiantes irrespetuosos y a padres
irresponsables. Un triángulo vicioso, sin dudas, que contribuye a enfermar de violencia a nuestra sociedad.
En este escenario no es extraño que
suceda cualquier cosa: padres y estudiantes que agreden a docentes, estudiantes
que agreden a estudiantes, docentes que agreden a docentes, y hasta docentes
que –al no poder devolverle la agresión a los estudiantes o a los padres–
terminan llevando su agresión hacia el exterior de la comunidad educativa. De
allí que no es extraño lo que pasó hace unos días con la violenta protesta de maestros ante la Legislatura Provincial, y que hizo decir al Diputado Provincial Carlos Zapata, con sobrada razón, que los docentes se comportan como un grupo faccioso
que usa la amenaza y la extorsión para obtener privilegios, descuidando en esa
acción su tarea de brindar educación de calidad a los jóvenes.
Salvar la escuela
El modo de salvar a la escuela de
su decadencia es reformándola. Hace falta recuperar el pacto entre padres y
docentes, exigiéndole más a los docentes y más a los padres –exigiéndoles, en
realidad, que cada uno cumpla con su rol, en lugar de pasarse esa responsabilidad
entre si. Para ello, claro, es necesario recuperar a la familia, proceso que no
se puede realizar con la velocidad que si es factible para reubicar al docente.
La escuela de hoy debe tener tres
objetivos básicos: mejorar el rendimiento de los estudiantes para que después
no se estrellen con las barreras naturales de la educación superior, evitar la enorme
deserción escolar que semejante modificación de la estrategia educativa puede
llegar a tener, y combatir las adicciones.
Hoy en día, más allá de los
docentes que por la bronca acumulada se suman a las provocaciones destructivas
del Partido Obrero, existe un nutrido grupo de maestros, profesores y
directivos que, aisladamente, han sabido comprender la situación de sus alumnos
y generar experiencias educativas exitosas. Gente que trabajó en contra del
sistema y algo logró, pese al enorme interés que los poderes actuales tienen de
que la educación fracase estrepitosamente (como lo prueban los vergonzosos resultados en las pruebas internacionales o el comportamiento desaforado de los jóvenes en las calles).
Un camino hacia la libertad
Mientras el kirchnerismo siga en
el poder, difícilmente ocurrirá algún cambio positivo en la educación, por lo que
la tarea salvadora de nuestras escuelas es un proyecto a futuro, que tomará su
tiempo completar.
Para que haya ciudadanos libres
(en realidad para que dejen de haber rehenes de los políticos) se necesita
educación. Esa educación, como está probado, no la dará la escuela, como
tampoco la dará un mercado laboral parco en oportunidades. Ni la escolarización
compulsiva sarmientina ni la educación por las cosas alberdiana pueden resolver
la crisis actual. Pero allí donde Sarmiento y Alberdi fallan, es Roca quien
puede darnos una pista: al fin y al cabo fue el presidente tucumano el que estableció
el Servicio Militar Obligatorio.
Los peronistas bonaerense Mario Ishii, Alejandro Granados y Jesús Cariglino estuvieron de acuerdo en la
necesidad de recuperar al SMO para contener a los “ni-ni”, debido a que, la
mayoría de ellos, no tienen ningún respeto por la autoridad y ni reconocimiento de los límites, causándole grandes
dolores de cabeza a las fuerzas de seguridad, a sus vecinos y, sobre todos, a
sus propios padres, quienes –cuando se ocupan de ellos– se ven desbordados.
Claudia Rafael, una periodista de
izquierda, ha dicho que esta propuesta la hicieron los peronistas:
Con la convicción de que será el encierro, el castigo, las viejas prácticas del “corre-limpia-barre” lo que logrará “ponerlos en caja” o lo que permitirá que esos jóvenes “se enderecen” o “se hagan hombres”. Con la certeza –que tiene enorme predicamento en buena parte de la población– de que sólo se crece a través de la humillación y el desprecio.
Lo que esta mujercita llama
“humillación y desprecio” es la instrucción militar, que consiste no sólo en desarrollar
el cuerpo (muchos de los “ni-ni”, consumidos por el paco, parecen esqueletos
que caminan) sino también en templar el espíritu, para poder vencer la lógica
debilidad que experimenta un guerrero en el campo de batalla. Es decir lo que
los progresistas de pacotillas –laburofóbicos todos ellos– consideran
“vejatorio”, es nada más y nada menos que el arte de empujarse a uno mismo
hasta el límite para retornar hecho más fuerte, listo para compartir
fraternalmente con sus camaradas que han sufrido lo mismo, y para adquirir una perspectiva más realista del mundo.
José Javier de la Cuesta Ávila, un militar
retirado, escribió:
[Pese a los cambios en el arte de la guerra] los cuarteles siguen siendo el alojamiento de los militares, y nunca serán reformatorios o internados de señoritas.
Y aquí
este hombre tiene un punto sobre el que conviene discutir: si el SMO es para
jóvenes que han cumplido los 18 años, ¿no es un poco tarde para la mayoría de
ellos que ya han entrado al mundo de la droga o han sobrevivido los intentos de
suicidio?
Julio Pereyra, Intendente de Florencio Varela por el Frente para la Victoria , sostuvo que
habría que crear escuelas especiales en las que los jóvenes violentos sean
vigilados y disciplinados al mismo tiempo en que son formados para que no
devengan escoria social. Obviamente Pereyra tenía en mente una institución de
tipo militar. Quizás, mientras esperamos que la educación se reencamine, se
debería contemplar la idea de llevar una combinación de instrucción
cívico-militar a los jóvenes más problemáticos, para que al crecer sientan más
deseos de estar del lado argentino que del lado del narcotráfico, el robo o la
violencia.
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