jueves, 16 de enero de 2014

Strasser sobre la democracia

En el blog Relato del Presente hay una simpática reflexión sobre los famosos "30 años de Democracia":
En sus primeros años, la democracia era como todo bebé que arranca: se mandaba cagada tras cagada pero se le perdonaba todo, porque se sabía que estaba aprendiendo, que había que tenerle paciencia. Como todo infante, tenía las defensas por el piso y cualquier problema podía dejarla en cama y convaleciente, pero se la aguantaba. Como buenos padres primerizos, nos copábamos más por la novedad que por saber qué hacer. 
A partir de los 6 años, dejó de aprender de los padres y empezó a buscar ejemplos en terceros. Como todo escolar, se educó a prueba y error. Egresó con 10 y felicitado, pero la nota la ponían los mismos que la educaron, por lo que nada era garantía y nosotros la veíamos y nos preguntábamos si realmente estaba progresando o era todo verso. 
A los 16 le agarró el ataque adolescente, convulsionó, buscó culpables por todos lados y odió a todo el mundo, incluyendo a sus padres. Puteó a sus maestros, los acusó de sus problemas y gritó a los cuatro vientos que nadie la quería. Juró venganza y prometió romper relaciones con todos y buscar nuevos horizontes. 
Pasada la adolescencia biológica, creyó que ya se encontraba adulta y, a partir de los 20, se enamoró del primero que le dijo algo lindo. Al toque, se sintió la reina del mundo y empezó a darle clases a los demás en base a los méritos de vivir de las circunstancias. Se rodeó sólo de quienes piensan como ella, se hizo amiga de quienes nunca le critican nada y, por ende, enemistó con cualquiera que no comulgara con su forma de ser para quedarse al lado de quienes le aplauden y le justifican todo. 
Ahora le agarró la crisis de los 30 y se encontró con que no había cumplido con nada de lo que soñaba que sería para el cambio de década. Se dio cuenta que la vida no es tan sencilla como creyó, que la plata no cae del cielo, que el mundo está lleno de gente que piensa distinto, que cada uno tiene necesidades e intereses diferentes y que la vida se llenó de problemas que cree nuevos, aunque son los mismos de siempre. En gran medida siente que desperdició sus últimos diez años, pero necesita aferrarse a la fantasía de que fueron los mejores años de su vida, los primeros desde la mayoría de edad, los de la juventud rozagante a la que no le duele ni tres noches de caravana bolichera. 
Podría ser todo más sano y reconocer que hay que bajar un cambio y comportarse como un adulto, dado que nada es tan terrible y queda toda una vida por delante. Pero se mira al espejo, nota que la piel no está más firme y que la fuerza de gravedad empieza a surtir efecto. La crisis de los 30 le pega duro y quiere festejar como adolescente los logros que considera de adultos, mientras pide madurez a los que se quejan de padecer los mismos problemas de cuando era adolescente.
El politólogo Carlos Strasser, de un modo más formal y académico, coincide en buena medida con esta mirada. En una entrevista en La Nación, Strasser dijo varias cosas sobre las que es importante volver:
-¿Cuál [ees el tema que más le duele]? 
-Todo lo que se escribe, los trabajos que se publican hablando de democracia. Y no se puede decir que hay verdadera democracia cuando hay tanta pobreza, de todo tipo. Pobreza de educación, de información, de recursos, de vivienda, de trabajo. Cuando uno no tiene educación, información, autonomía en el sentido estricto de gobernarse a sí mismo de un modo congruente y consistente, no se puede ser ciudadano. La democracia implica ciudadanía. Si un 30% de la población no tiene ciudadanía, esto es menos que una democracia. Y además estamos pasando un período de descreimiento en política, de caída de las ideologías y programas políticos. Cruzada una cosa con la otra, lo que no tenemos es lo que en una democracia hace mucha falta, que es participación, voluntad de intervenir políticamente de algún modo. Eso es clave y se le pasa de largo a demasiada gente. 
-Pero votamos, ¿no? 
-Sí, pero eso es sólo parte de una democracia. Comparado con el autoritarismo que supimos tener, por supuesto que estamos infinitamente mejor y vale la pena tener lo que tenemos. Pero esto no es una democracia. Es un Estado constitucional de Derecho que elige autoridades por votación popular generalizada, bastante limpia, bastante generalizada. Ahora, lo que ocurre después de eso es algo que les dijo a los ingleses Rousseau en su tiempo: al día siguiente de votar vuelven a ser esclavos. Y así es, porque los que son elegidos u ocupan cargos a dedo constitucionalmente están en condiciones de hacer lo que se les ocurre, porque para peor los organismos de control están debilitados, y tampoco hay control por parte de la oposición.
Strasser también habla de la corrupción, de las herencias, del peronismo, y del fin de un ciclo. Y eso último es lo más interesante, porque Strasser propone algo así como dejar de ambicionar el horizonte democrático que no supimos conseguir, y concentrar los esfuerzos en la construcción de un horizonte nuevo, algo más propio del presente que la democracia:
-¿Es posible que se esté avanzando a un mundo donde ya no exista una democracia, sino formas distintas de democracia? 
-Sí, formas distintas de gobierno. Las democracias hoy son en realidad gobiernos mixtos, en los que la democracia es sólo una forma política, que coexiste y se mezcla con otras: la burocracia (las oficinas y los funcionarios, multiplicados por los organismos internacionales), la tecnocracia (los que saben son los que mandan, los que dicen qué hay que hacer, como los economistas), la partidocracia (aunque ahora es menos frecuente, pero no hace tanto existían componendas de partidos para turnarse en el poder y armar gobiernos combinados) y las viejas y nuevas oligarquías (los pocos que trabajan en su propio interés, o las cúpulas que copan los partidos políticos o los sectores dirigentes).

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