miércoles, 16 de abril de 2014

Sobre trapitos y limpiavidrios

Observo ya sin sorpresa lo irracional que se ha vuelto la política argentina. El debate porteño sobre los trapitos y limpiavidrios (debate que pronto habrá de nacionalizarse) lo prueba. 

Para exponerlo brevemente: gente del PRO quiere prohibir a trapitos y limpiavidrios penando su actividad –agravando las penas si quienes cuidan autos o lavan ventanillas son miembros de algún tipo de organización que se dedique a ello–, mientras que el kirchnerismo busca lo contrario, es decir los K quieren organizar a trapitos y limpiavidrios para legalizar su actividad.

En este asunto en particular coincido plenamente con el PRO. El trapito y el limpiavidrios no son trabajadores, son mendigos. Sin embargo la mendicidad que ejercen estos sujetos es diferente a la de otros: su pedido de “colaboración” económica incluye coerción, pues si uno se niega a pagar por lo que puede hacer una alarma o un sistema de higienización que muchos autos ya lo tienen incluido entonces uno puede sufrir el daño contra la propiedad o contra la integridad física. Con otro tipo de mendigos no sucede ello, por eso la sociedad los tolera y no discute si prohibirlos o fomentarlos. 

La propuesta kirchnerista, quizás para no sonar tan chocante, sugiere que los trapitos sean fundamentalmente los jubilados, los discapacitados o los miembros o sostenes de familias numerosas. Tal idea, que supuestamente busca beneficiar a los más débiles, termina por agraviarlos: en un país que funcione, un jubilado no tendría la necesidad de estar en la calle vigilando autos ajenos, del mismo modo que a un discapacitado se le daría un puesto en el interior de un edificio y a un sostén de familia numerosa se le facilitaría un empleo digno para que trabaje y críe a los suyos con el ejemplo de la autosuperación. Pero estamos en Argentina: aquí los trapitos y los limpiavidrios figuran, en los índices del Indec, como “trabajadores”. Vivimos, lamentablemente, entre las ruinas de la cultura del trabajo. 

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