jueves, 10 de diciembre de 2015

El kirchnerismo ante su agonía: una oración fúnebre

El kirchnerismo, parido entre miasmas cleptocráticas y clientelistas, inventó un dispositivo fabuloso para robar tranquilo: blindarse por izquierda. Néstor, agudo observador del gobierno de Menem, advirtió que el gran déficit de su gestión fue la permanente hostilidad de la izquierda argentina. Este hecho no hubiera tenido mayor importancia si el 80 % o más de los periodistas argentinos –no los medios- no fuera de izquierda. Asegurarse el flanco izquierdo es asegurarse la tropa del periodismo y consecuentemente de la opinión pública. Cuenta Ceferino Reato en su último libro que ante la requisitoria de Ramón Puerta a Kirchner respecto de por qué se inclinaba tanto a posiciones sobreactuadas de izquierda cuando habían estado toda la vida con Cavallo, el gran cleptócrata le contestó: “Ramón, la izquierda te da fueros”.

Prevemos la objeción del lector, el Lugar Común por excelencia de la menguada cultura política argentina: “la distinción izquierda-derecha está superada”. Pues para nada. Aunque sea provisoriamente, arriesgamos esta definición: derecha es la afirmación de una naturaleza humana, sustancialmente la misma a lo largo del tiempo. En consecuencia, existen derechos inmutables, valores objetivos como la justicia y la libertad, tradiciones y costumbres válidas como modo de decantarse la experiencia de los siglos. Y una Voluntad superior a la humana que ha diseñado esa naturaleza, que debe desarrollarse en su línea de perfección. El buen sentido, el sentido común, es respetar ese orden.

Izquierda es lo contrario: la afirmación de la relatividad de todo valor, la mutabilidad permanente y caótica de lo humano, carente de una esencia determinada. La guerra a toda costumbre por el mero hecho de ser tradición, la afirmación de que no existe voluntad ni ley superior a  la voluntad humana, el desdén por el sufragio callado de los muertos. El sentido común es una trampa burguesa, la red que atrapa las conciencias en el bloque cultural, afirma Gramsci.

Para decirlo de otra manera, existe el tradicionalismo o conservadurismo por un lado, el progresismo por el otro. Cuanto más se afirme un orden objetivo y una ley natural más de derecha será la persona; cuanto más se diga que el hombre tiene el derecho de darse su propia ley y orden, sin respetar naturaleza u orden alguno, más izquierda. En esta línea, por supuesto, el nazismo no deja de ser un progresismo con toques reaccionarios, inscripto en la línea de la exaltación del hombre y de su voluntad prometeica.

El kirchnerismo, que descubrió paulatinamente la coartada de la corrección política progre, fue consecuencia y a la vez causa de la modificación del bloque hegemónico cultural, como diría Gramsci. El desprecio de la cultura del trabajo, la combinación de idiotización cultural y obscenidad televisiva con sobreactuaciones varias en materia de derechos humanos, el establecimiento de una Inquisición Progre corporizada en el INADI, la increíble adopción de una ley que sólo exige inventarse oralmente el sexo para cambiar la documentación, la idea de que una minoría de personas productivas pueda mantener a una mayoría tiránica de mantenidos, entre otros cientos de delirios, permitió correr por izquierda a la sociedad argentina, a los medios y sobre todo a una pálida oposición que sólo atinaba a acompañar la mayoría de las iniciativas progres y oponerse nada más que a los más lancinantes latrocinios, privada de una crítica ideológica sistémica, de un pensamiento conservador robusto, de una orgullosa valoración de las tradiciones. La campaña progre dirigida contra los valores, llevó a votar por virtual unanimidad un Código Civil que ya no contempla la obligación de fidelidad como elemento esencial del matrimonio (cabe preguntarse entonces qué es ahora el matrimonio), habla de “personas humanas”- dicho sea de paso, no fueron kirchneristas los que interpusieron un habeas corpus por un orangután-, o exige pedir la opinión a los hijos antes de adoptar (la progresía no estableció todavía análoga exigencia a la hora en que los padres se disponen a cumplir el “officium naturae” al modo tradicional).

Lo sorprendente del kirchnerismo es que aunaba un absolutismo del poder ("vamos por todo") con un relativismo radical y disolvente. Por ello era habitual el espectáculo de pluralistas uniformados por el doble pensar, en el que se podía presenciar una orgía en una universidad pública como actividad extracurricular o burlarse de las religiones, pero se prohibía expresar dudas sobre la cantidad de desaparecidos, o de pobres, o cuestionar la enseñanza de la homosexualidad o del uso de la marihuana a los niños. 

Ahora que por fin han sido expulsados del poder la tarea de la ciudadanía argentina es reconstruir el sentido común. El daño material que provocaron los kirchneristas es mínimo comparado al daño espiritual, por ello más que nunca el pasado debe sepultarse antes de que sus restos putrefactos inunden con su pestilencia nuestro futuro. 

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